Preguntarnos por la naturaleza del poder político requiere
diversas reflexiones: En qué consiste y bajo qué forma se representa, el
territorio o unidad política en la que se ejerce, cómo se distribuye el poder
en la sociedad… Es en este punto donde cabe preguntarse sobre el grado de poder
que adquieren los representantes electos para poder decidir y gestionar
políticas basadas en el encargo delegado por la sociedad y por su propio
programa político.
Desde que sucumbió el bloque soviético, en el que el poder
estaba concentrado en los aparatos del Estado, fue el capitalismo el que heredó
la faz de la tierra. La falta de contrapoder global supuso la extensión del
libre mercado, al mismo tiempo que el cuestionamiento de lo que de estado había
en las ideas políticas socialdemócratas y en el Estado de bienestar. Los
conservadores anglosajones adoptaron el ideario del neoliberalismo a final de
los 70 y éste impregnó en los 90 la socialdemocracia, que por medio de la
llamada Tercera vía transformó su sustancia de facto en social-liberalismo. Las
políticas neoliberales, iniciadas con Ronald Reagan y Margaret Thatcher
prendieron en todo el globo, que cada vez más constituyó una finca global de
las grandes corporaciones, fueran estas privadas, o estatales en antiguos países
comunistas o emiratos árabes.
Con el desarrollo de la globalización financiera se ha
transformado la naturaleza de la acumulación capitalista y hemos de hablar de
beneficios sin acumulación, que son aquellos que ya no se reinvierten en las
empresas centrales, sino que buscan vías de inversión más rentables en la
especulación financiera o en inversiones y factorías de países no
desarrollados, buscando ventajas competitivas. Al tiempo que el desarrollo
exponencial del capital ficticio en el conjunto de la economía ha supuesto
grandes transformaciones en los equilibrios globales de poder.
Si con el desarrollo inicial del neoliberalismo en los 80 el
mercado infringió un duro castigo a la sociedad reduciendo el estado de
derecho, con el hiperdesarrollo del sector finanzas en la economía en los 90 y
posteriores, el capitalismo productivo mutó globalmente en capitalismo
financiero, originándose una economía financiarizada. Hoy día por cada flujo de
unidad monetaria que se mueve en el desarrollo de la economía productiva, se
mueven 100 en la economía especulativa. Esto pervierte cualquier tipo de bondad
que en el pasado se haya podido atribuir a un supuesto sistema capitalista
de ”rostro humano” y convierte la
economía en un juego de casino en el que, en función del enriquecimiento
ilimitado y el poder que proporciona, una minoría de plutócratas depredan las
vidas y el planeta en una carrera despiadada y sin sentido hacia ninguna parte.
Hablar de poder hoy en un mundo mercantilizado y monetizado
al extremo, es hablar de la capacidad de los capitales rentistas, que se
benefician de la producción pero no se implican en ella, tienen para generar
beneficio desposeyendo a las sociedades de lo común y parasitando la economía.
Los máximos agentes de este capitalismo rentista son bancos y corporaciones
globales, aseguradoras y grandes fondos y carteras de fondos de inversión o de
pensiones. Estos agentes actúan a través de la deslocalización productiva y
fiscal, mercados bursátiles, el crédito-deuda, y la especulación con todo tipo
de activos directos o derivados. Su revancha consistió en haber sabido
aprovechar la crisis del capitalismo en los 70 para conseguir que los gobiernos
implementaran normativas que extinguieran los controles a los que le sometió el
capitalismo de Post-Guerra. Así que han impuesto de nuevo sus reglas de juego
monetaristas, bajo la tutela inicial del conservadurismo anglosajón y la
dirección de la Escuela Neoliberal de Chicago y más tarde de diversas
instituciones de post-Guerra (BM, FMI, OCDE, GATT, OMC, UE, WEF).
Mientras a este estado de cosas y la enorme desigualdad que
genera, se le sigue llamando democracia, los diversos partidos políticos
pretenden que la ciudadanía les delegue, a través del voto, un poder que este
sistema no pone de facto en manos de sus representantes. La globalización
financiera ha acabado convirtiendo los estados concretos en “fincas
particulares de los capitales globales” a través de los principios de
competencia, liberalización, desregulación y privatización. Lo que mueve el
mundo de la vida hoy es fundamentalmente la lógica de los inversores. En este
nuevo orden de cosas los gobiernos son, cada vez más, meros gestores del
sistema globalizado sin capacidad real para hacer políticas democráticas. Es la
“mano invisible” de los mercados globales y sus instituciones quienes en
realidad gobiernan sobre lo más sustancial.
En este magma de poder, la soberanía popular se dilapida e
invisibiliza bajo el peso de la desposesión. Se ha producido un movimiento
tectónico en el necesario equilibrio democrático de poderes entre el Estado,
Mercado y Sociedad. Hace décadas que se viene hablando de dictadura de los
mercados sobre los estados y la sociedad.
Paralelamente a la pérdida de poder y control por parte de
los gobiernos, el sistema profundiza y globaliza sus propios riesgos, al mismo
tiempo que genera nuevos. Cada riesgo genera un peligro para las sociedades y
el planeta, su abordaje se convierte necesariamente en cuestión política. En
una fase de autoconciencia reflexiva, la sociedad podría llegar a ser
consciente de los peligros y amenazas incontroladas que genera y esto, a nivel
político, podría generar luchas para prevenir y/o combatir los males que se
producen y las responsabilidades de cada cual.
En una época global de interconectividad, intercausalidad e
interdependecia crecientes surgen nuevos riesgos globales que generan una época
de gran incertidumbre, lo que añade grandes dosis de complejidad al ejercicio
de la política. La globalización financiera ha generado riesgos que impiden a
los estados resolver los peligros que atenazan a sus sociedades basándose
únicamente en la gestión política propia. Esto minimiza la capacidad de los
estados para abordar con solvencia las causas de las crisis financiera y
económica, la del mercado laboral, la del Estado de Bienestar, la del deterioro
del medioambiente, de los conflictos bélicos, de la escasez de combustibles
fósiles y otras industrias extractivas con sus efectos sobre la industria, del
terrorismo internacional y otros riesgos globales.
Mientras las democracias políticas formales están
secuestradas por los mercados, las sociedades de consumo irreflexivas e
inconscientes, permanecen cautivas
reproduciendo comportamientos y valores que alimentan al gran depredador
global. Podríamos decir que hoy avanza como nunca el sueño de Margaret Thatcher
cuando dijo “La sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres y hay
familias”. Estamos ahora en un momento de estupor social, donde menguan cada
día derechos individuales y colectivos y en donde se disparan las
desigualdades. No solo “el Rey está desnudo”, la sociedad también. Está por ver
que esta crisis genere nuevas oportunidades en cuanto a que emerjan
reactivamente nuevos movimientos sociales resistentes a sus efectos y que
logren tomar el pulso a la realidad para promover las necesarias y en algunos
casos apremiantes transformaciones.
Cualquier acción colectiva se inicia y desarrolla en un
marco territorial, pero no nos podemos reducir a él. El marco estatal
difícilmente crea emancipaciones estables y sostenibles, porque el marco global
establecido es mayoritariamente de competencia y en él todas las sociedades
luchan por conquistar beneficios, muchas veces a costa de otras sociedades,
ello retroalimenta riesgos y conflictos que dificultan la paz y la
gobernabilidad global.
Deconstruir el actual estado de cosas es el reto de
cualquier fuerza emancipadora hoy, sea a nivel social o político. Es ya hora de
plantearse un necesario y cada vez más apremiante salto cualitativo en las
respuestas desde la política y la sociedad, que habrá de remover los estatus de
ciudadanía. Enfrentarse hoy a los riesgos globales requiere de un compromiso y
conciencia en tránsito hacia un sentimiento de ciudadanía global, ante los
riesgos comunes como especie.
No hemos de dejar el cosmopolitismo y el internacionalismo
en manos de los inversores globales. Ulrich Beck nos habla de una revolución
cosmopolita de signo republicano y llama a los artífices de esta revolución
“los hijos de la libertad” que constituirían una comunidad que trascienda la
territorialidad y que luche por combatir la globalización capitalista mediante
valores cosmopolitas y objetivos internacionalistas. Organizar estas redes de
ciudadanos y ciudadanas sería la herencia más honrosa para aquellas grandes
personas que en los siglos XIX y XX viajaron por el Mundo organizando las
Internacionales contra la explotación capitalista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario