Hace tiempo que se habla de la decadencia del factor trabajo en la producción, especialmente en la producción mercantil y que aumenta el número de personas desempleadas consecuentemente al despegue del factor tecnológico. Jeremy Rifkin, en su libro de 1995 “El fin del trabajo”, recogiendo las tendencias existentes, pronostica un futuro en el que la tecnología desplazará a las personas en muchos sectores, lo que plantea una reflexión global sobre el trabajo asalariado dentro de la actual estructura económico-productiva y social.
Cabe primero preguntarse si el sistema económico y social en el que se da el proceso de pérdida de centralidad del trabajo responde a las necesidades de la sociedad en su conjunto y si no fuera así, buscar los correctores necesarios para ello. El proceso de tecnologización creciente de la producción no ha supuesto una mayor calidad de vida generalizada. Muchos estudios han evidenciado que el incremento de la tecnología y la automatización en la producción viene acentuando la desigualdad, se crean menos trabajos y más precarios ¿Hasta cuándo? Habremos de recordar que la tecnología no representa un bien en sí mismo, sino en función de sus usos y consecuencias sociales. El capital de una persona trabajadora lo genera su esfuerzo laboral “Mis manos, mi capital” ¿Qué pasa cuando la tecnología la desplaza del proceso productivo en un sistema que ha erigido un altar al beneficio empresarial? Y ¿Qué pasa cuando cuestionar el uso de la tecnología se ve como sinónimo de cuestionar el progreso? en aras del “progreso” se desplaza a trabajadores de su forma de sustento. No era tecnofobia lo que alimentó en el S. XIX el ludismo, sino el empleo de la tecnología contra los derechos de los trabajadores, y para el beneficio exclusivo de rentistas, “El trabajador solo respetará la máquina el día que ésta se convierta su amiga, reduciendo su trabajo, y no como en la actualidad, que es su enemiga, quita puestos de trabajo y mata a los trabajadores” (Émile Pouget).
También cabe reflexionar sobre los usos tecnológicos orientados a la maximización productiva y al productivismo (producir por producir) en una ciega carrera hacia la maximización nuevas necesidades sociales inferidas, que retroalimenten el PIB y el beneficio económico de las empresas, sin tener en cuenta la sostenibilidad del proceso, la huella ecológica y los límites del planeta. La tecnología ha sido secuestrada por los “sueños húmedos” y cortoplacistas del capital en aras de conseguir “máquinas de hacer dinero” y sin embargo su despliegue requiere grandes inversiones en investigación e infraestructuras que no realizará el sector privado, sino la sociedad en su conjunto.
En realidad, una sociedad madura no habría de plantearse si la tecnología en su fase robótica acabará con el trabajo asalariado, esta pregunta es propia de sociedades dependientes e infantilizadas por la construcción cultural capitalista. La sociedad crítica tiene en este momento, en beneficio del desarrollo humano, los retos sociales e intelectuales más apasionantes de la historia. Habremos de valorar objetivamente y más allá de su aspecto instrumental y su innegable rol como factor de explotación de clase, lo que supone el trabajo como eje de organización, cohesión social, corresponsabilidad y solidaridad a nivel colectivo y de experiencia vital más o menos nutriente y realizadora para las personas. Habremos de reorientar la producción, la tecnología y el trabajo en la dirección que sirva a las auténticas necesidades humanas. No es el trabajo lo que está en crisis, es el sistema cuando no responde a las necesidades de la sociedad.
Hay alternativas dignas al trabajo, aunque habrá que elaborar nuevas taxonomías de trabajos dignos y acordes a las necesidades humanas, sociales y ecológicamente responsables, poniendo en primer lugar en valor los “invisibles” trabajos de cuidado y reproductivo. Un trabajo digno es uno de los factores esenciales de realización humana y el derecho al trabajo ha de constituir un factor irrenunciable de toda sociedad.
Keynes predijo en los 40 un mundo en el que las personas trabajaran 15 h a la semana para procurar dignamente su sustento. Está claro que Keynes creía en una sociedad democrática e igualitaria, donde se consolidara el pleno empleo y en la que la tecnología fuera un factor de equidad y de liberación del trabajo más doloso. Los Trabajos del Club de Roma a principio de los 70 incidían ya en “Los límites del crecimiento” y planteaban ya orientaciones más responsables y humanas para el trabajo. Sin embargo las políticas fácticas, raptadas por las irresponsables oligarquías económicas, han primado el beneficio y el crecimiento económico sobre el desarrollo humano sostenible y siguen alimentando la exclusión, explotación y precarización laboral.
Un conjunto de alternativas nos interpelan para posibilitar el diálogo y la construcción social colectiva de tecnologías y trabajos más responsables. Entre ellas queremos destacar, de momento, El reparto de trabajo mediante reducción significativa de la jornada laboral, y la puesta en valor del trabajo de cuidados y reproductivo, así como la revisión profunda del modelo tecnológico y productivo que defienden las teorías sobre el decrecimiento económico.