Fallo de sistema (IX)
Los excesos del capitalismo financiero
ya provocaron en 1929 la Gran Depresión y posteriormente sus secuelas bélicas. La
clase media en EE.UU y parte de la europea jugaban en Wall Street endeudándose
para ello. Un día la bolsa comenzó a vacilar y en breve plazo los valores acentuaron
su caída. El pánico produjo la venta masiva, el desplome de los índices y la
ruina de miles de bolsistas. Groucho Marx nos deja unas pinceladas magistrales
de esos días en “Groucho y yo”, él perdió dos años de sus ingresos, un amigo
tuvo peor suerte, se suicidó. En 1936 Keynes dice que el Crash del 29 se dio
porque jugar en bolsa en WS era barato y subrayó que, en beneficio de la
estabilidad financiera y la economía, había de resultar caro. Propone cargar
con un pesado impuesto las transacciones financieras, para estabilizar los
precios de los activos, lo cual mejoraría la autonomía, el crecimiento
económico y el empleo.
El control de capitales y la
regulación financiera después de la 2ª Guerra, junto al pacto capital-trabajo y
políticas económicas de cobertura de la demanda agregada, proveyeron a las
economías la estabilidad y el crecimiento sostenido que hicieron posible el
pleno empleo y la extensión de derechos económicos y sociales durante los
llamados “30 años gloriosos”. Esta fórmula hizo tope a finales de los 60,
cuando el capital padece una creciente pérdida de su tasa de ganancia.
Fue Richard Nixon quien en 1971
abre la espita al desajuste monetario y la especulación cortoplacista al acabar
con la paridad dólar-oro. Se dispara entonces la compra-venta en corto sobre
las monedas, fluctuantes con respecto al dólar y sin paridad con reservas oro. Ello en un contexto no basado en intercambio
comercial, sino simplemente en rédito especulativo, lo que abre paso a una
nueva época de descontrol financiero e inestabilidad económica. Entonces el
economista James Tobin dice que hay que poner un grano de arena en los engranajes
demasiado bien lubricados de los mercados financieros, un impuesto del 0’5% a
los intercambios de divisas que tienen por objeto la especulación, ya que la
desconexión que crea la especulación con la economía real impide a los
gobiernos tomar decisiones autónomas en beneficio de la ciudadanía. La llamada
tasa Tobin podría contribuir a ello.
En 1997, después de varias crisis
en los mercados financieros, estalla una grave crisis en los mercados asiáticos
que produce secuelas a nivel mundial e Ignacio Ramonet, co-fundador del
movimiento de ciudadanía ATTAC, en su artículo “Desarmar los mercados” dice
“El desarme del
poder financiero debe
convertirse en un
objetivo de máximo interés cívico, si se quiere evitar
que el mundo se transforme en una jungla donde los predadores impongan su ley”
y propone un impuesto que sirva para disuadir la especulación con las divisas y
proveer de fondos para el desarrollo y protección de los bienes comunes. Desde
entonces no ha habido interés político real en la comunidad internacional por
regular y controlar las finanzas, ni siquiera después de la Gran recesión de
2008, y así seguimos, pendientes de la catástrofe.
Un impuesto global a las
transacciones financieras sobre diversos activos fue inviable por resistencias
de Wall Street y otras plazas financieras. En la UE han fracasado los intentos
de directivas para implementar un impuesto a las transacciones financieras,
primero a nivel de UE en 2011 y más tarde con la Directiva de 2013 para implementar
un ITF en 11 países por el método de cooperación reforzada. La presión de los
lobbies en Bruselas y la falta de acuerdo sobre bases imponibles entre estados
ha acabado enterrando las iniciativas.
De no se tomarse medidas
disuasorias sobre la especulación de los depredadores financieros con todo tipo
de activos (bienes, servicios, alimentos, productos financieros y medioambientales), seguirán sucediéndose las
crisis que se cebarán sobre la ciudadanía y sobre el medio ambiente, laminando
las economías e impidiendo la autonomía de los estados para tomar medidas
eficaces. Un dato debería sobrecogernos, según el BIS sólo el 2% de la
circulación de dinero lo hace en la economía real, el 98% restante en la
especulativa.
Al capital no le interesan las
aguas tranquilas, pesca en aguas revueltas, no reguladas. Hoy, el capitalismo
nos lleva a la catástrofe ecológica y social y no hay planeta B. ¿Cuándo vamos
a exigir a nuestros representantes medidas para regular la economía al servicio
de la vida?