Antonio Fuertes Esteban.
ATTAC Acordem
Durante siglos pusimos los muertos en las guerras y los vientres y cuidados para aumentar las conquistas de reyes, papas y tiranos. Nos dejamos la vida construyendo sus palacios y catedrales, remando en sus galeras, sirviendo en sus haciendas, pegadas y pegados como siervos a sus tierras y sometidos a sus dictámenes arbitrarios. Comenzamos el camino hacia la libertad emancipándonos de un Dios temible y pegándonos a la razón, pero los mismos reyes que enarbolaban el cetro divino permanecen en nuestro tiempo como burla del pasado, oficiantes del eterno rito del Poder, como símbolo de la desposesión del pueblo.
Nosotros y nosotras somos el pueblo, aquel al que sometido y dividido se ha gobernado tiránica e impúdicamente, la mayoría de las veces en beneficio de unos pocos. Aquel al que se ha educado mediante mitos religiosos y nacionales que sembraron la cizaña de la diferencia y arengaron a guerras de conquista. Aquel al que siempre se dijo que no estaba preparado para ocuparse de sus propios asuntos ya que solo los excelsos podrían velar por él gobernándolo. Como pueblo acumulamos conciencia y experiencia histórica y ya conocemos las artes del dominio. Arengados contra enemigos fabricados, carne de nuestra carne humana, mediante guerras de conquista y religiosas. Puestos a competir en los mercados de la competitividad capitalista para alimentar el becerro de oro en la sociedad de la abundancia y el despilfarro. A competir por un trabajo que es un derecho, a competir por las fábricas rebajando nuestros salarios, a competir por poseer más patrimonio, por tener más poder y dominar los mercados.
Son todos los “Césares” a lo largo de la historia quienes crearon las reglas del juego y consolidaron las clases, las razas, las religiones, las naciones, la banca, las megalópolis. Quienes pusieron puertas al campo y dividieron para imperar. Estamos en una etapa crítica de la historia: Podemos seguir como hasta ahora, separándonos y compitiendo con “los otros”. Podemos seguir adorando al becerro de oro de la abundancia, al dinero. O bien al contrario, podemos comenzar a construir el gran sueño, el sueño final que nos habría de hacer a todos libres e iguales. Un sueño que necesariamente ha de comenzar dotándonos de nuevas leyes, orientadas a la colaboración y no a la competencia. Donde todas las personas dispongan de oportunidades y no solo las más capaces. Donde la justicia y la solidaridad acerquen a los pueblos y les hagan por fin partícipes de un mismo destino compartido. Donde la acción del hombre respete la madre Tierra, la Pachamama que le da vida y nutre su existencia.
Este es nuestro reto, vincular nuestro destino a la gran transformación que nos hará por fin existir como especie, lograr la paz perpetua y un proyecto compartido, un futuro global de personas libres e iguales. Juntar nuestras voluntades y nuestras manos contra las banderas que, alimentando con ideas sutiles el beneficio de notables, dividen al pueblo que habría de encarar unido su auténtico destino, la República mundial de libres e iguales.
Tendremos que derribar las barreras de la esclavitud respecto a gobiernos de mercaderes competitivos y soldados de la exclusividad patriótica. Tendremos que avanzar mil años de golpe nuestras mentes y nuestros corazones, soñar que un mundo diverso no ha de mantener necesariamente fronteras de intolerancia y enarbolar este sueño diariamente. Tendremos que diluir, con el conocimiento y acercamiento a los otros, las fronteras que ponen los exclusivismos culturales que recrean de continuo antiguas afrentas. Tendremos que tender puentes de diálogo ante cualquier conflicto y favorecer con todo ello el avance hacia la hermandad y federación de los pueblos, siempre adelante ¡valientes! siempre adelante. Tomemos las instituciones como pueblo aquí y allá. ¡Unamos nuestros destinos! y por fin seremos especie y otro mundo será realmente posible. Avancemos en democracia y federemos nuestros pueblos contra el poder del dinero, contra el poder totalitario, contra el poder adoctrinador de las iglesias. Ese es el camino ¡Hacia una Res Publica de la Humanidad!