Me hallo entre los defensores del
europeísmo. Reivindico la visión de una Europa social, democrática y solidaria,
como aquél proyecto de ciudadanía continental que llevó, a las clases
trabajadoras y a la resistencia después de la 2ª Guerra mundial, a desear con
todas sus fuerzas dejar en el trastero de la Historia y de una vez por todas
las conflagraciones nacionalistas, que dejaron una profunda huella de odio e
insolidaridad en el Continente. Por estos motivos estoy en contra de la
construcción real de la llamada “Unión” Europea, que nos ha sido dada desde un
proyecto, paradójicamente, competitivo capitalista en todos sus tratados (desde
los de Roma en 1957, hasta el de Lisboa en vigor desde 2009). Por supuesto el
TTIP, de producirse, sería un avance más y una vuelta de tuerca del capitalismo
global para atornillar su proyecto oligárquico de dominación.
Quiero creer que es posible la
Europa de los ciudadanos y ciudadanas por la que muchos salimos a las calles a
comienzos de siglo, esa Europa con la que soñaron nuestros padres y abuelos
después de la Segunda gran Guerra, que la arrasó dejando más de 50 millones de
muertos. No obstante también me invade la desesperanza y soy muy consciente de
que a día de hoy predecir una Europa futura que merezca la pena, es, cuando
menos improbable. No será fácil, en primer lugar porque ante el fracaso social,
económico y político de un proyecto no-común, competitivo, insolidario, de dos
velocidades y también cada vez más dependiente del proyecto de la oligarquía
financiera global, se percibe el fracaso europeo. Ante este fracaso muchos
reaccionan, para mí utilizando irreflexivamente un instinto primitivo, con un
deseo de implosión para Europa, de desvinculación de este proyecto y retorno a
las fronteras nacionales, como si estas fueran impermeables y pudieran constituir un refugio contra los designios
imperiales. O sea una vuelta al pasado anterior a las dos grandes Guerras
Mundiales. Craso error que pagaríamos caro, ya que no por eso en un Mundo interdependientemente
global, íbamos a dejar de estar sujetos unos a otros en un marco, ahora, de
competencia global y sin reglas de ningún tipo. Así sería, sólo que esta vez la
vuelta de las antiguas fronteras físicas supondría la frustración de un
proyecto compartido, más fronteras psíquicas y muy posiblemente la vuelta
acelerada de los nacionalismos y estigmas xenófobos. Considero que a pesar de
su desarrollo actual, los movimientos xenófobos y anti-insolidarios en Europa,
se incrementarían y estallarían con el desguace del proyecto europeo.
El auténtico problema es que,
cuando el Mercado fundamentalista está imponiendo su proyecto sempiterno del
dinero en contra del Estado (como Estado social y político no como Estado
represor que le sirve de avance y del que se sirve como se ha demostrado) y de
la Sociedad (o sea de los ciudadanos), a las personas sólo nos cabe una salida
ante este avance del proyecto plutocrático del dinero, esta consiste en
estrechar, más allá de las fronteras que nos han impuesto, los lazos de
solidaridad y de proyecto compartido. Más teniendo en cuenta que cuando los
gobiernos han rendido sus armas ante el capital, la época actual en lo que
atañe a la lucha por los derechos, corresponde íntegramente a los ciudadanos y
ciudadanas.
Esto no se consigue defendiendo
el encerrarnos en fronteras o creando nuevas, esto solo se puede conseguir
avanzando en solidaridad, creando redes y movimientos internacionales que
puedan confrontarse al sistema. Un proyecto de unión social y solidario de la
gente dentro del nuevo campo de batalla que la Globalización de signo
capitalista ha creado contra la propia gente, dentro del campo de batalla
global y más allá de las fronteras, que únicamente han servido y siguen
sirviendo para hacer efectivo el deseo de los imperios de mantener proyectos
separados y en competencia unos con otros, el "divide et impera"
imperial.
El proyecto histórico de la
Humanidad ha encontrado, hasta ahora, su forma de estructuración y progreso
material, que no humano, desde la perspectiva próxima y controlable por las
unidades sociales y políticas sucesivas en el tiempo. Primero por la sociedad familiar,
luego el clan, la tribu, las antiguas monarquías, las ciudades Estado, los
feudos, las naciones o los Estados modernos. Sin embargo el avance de la
tecnología y muy especialmente de las comunicaciones, ha significado la
evolución hacia un modelo-Mundo asociado ya ineluctablemente en su devenir al
globalismo (no confundir con globalización) e insoslayablemente
interdependiente, que ya no volverá atrás en su proceso de interdependencia
global, a no ser por una catástrofe.
Pero hoy ya muchos presienten que
la catástrofe llama a la puerta de pueblos y continentes, que mirándose en el
ombligo comunitario inmediato de pertenencia, no abordan el único proyecto que
puede hoy salvar a la humanidad y al planeta del avance, hasta hoy humillante,
de los guerreros de la codicia y de la insolidaridad. Salvarlo de aquellos que,
apalancándose en los estados nacionales, establecen inmunemente las normas que
generan su propio beneficio y acumulación obscena de la riqueza, al mismo
tiempo que el desposeimiento e impotencia de la ciudadanía mundial.
Es apremiante crear conciencia de
ciudadanía interdependiente global y algunas personas se preguntarán ¿Existe ciudadanía
mundial? Si obviamente existe, es esa ciudadanía aquí y allende los mares que
día a día es, como decía nuestro querido Eduardo Galeano, humillada,
ninguneada, explotada, zaherida, confrontada... Los nadies, la gente común.
Solo cuando la gente común asuma a partir de ahora su estar como sujeto en este
Mundo, solo cuando luche por un proyecto-Mundo compartido, internacionalista y
solidario - en el campo de batalla global establecido por los señores de la
guerra- habrá esperanza. Es por ello que los actores que desde la sociedad
movilizada o desde las organizaciones sindicales o políticas pretendan
abanderar proyectos de cambio y de empoderamiento ciudadano y/o político habrán
de consentir en compartir el campo de juego ciudadano y/o político con otros
actores de otras demarcaciones territoriales, no solo desde el
internacionalismo solidario, sino cada vez más desde el proyecto de
convergencia hacia lo común, de forma federada social y territorialmente. La ciudadanía mundial, en sí, existe, pasar a ser
ciudadanía para sí, depende de que sea capaz de asumir la inoperancia de los
proyectos nacionales frente al capitalismo global y que dé pasos para
organizarse internacionalmente. Que sea capaz de, caminando, ir construyendo un
proyecto de bien común global que ilusione más allá de las fronteras.
Traslademos nuestro campo de
batalla ciudadano al campo real, que es el que nos ha establecido el
capitalismo global: el sistema-Mundo. Contra más tardemos en darnos cuenta de
que no podemos establecer más fronteras, sino que hemos de ir de-construyendo
la terrible realidad que nos han trazado gobiernos y capitales, más
profundizará su garra el estigma de la destrucción social y del planeta sobre
nuestras cabezas. Tenemos un gran reto y es marcarnos un proyecto ciudadano
compartido que necesariamente ha de ir diluyendo las barreras territoriales,
psíquicas y étnicas que nos atenazan.
Es cierto que la Europa actual es
elitista, desigual, injusta, no democrática e insolidaria dentro de ella, entre
la Europa del “norte” y la del “sur”, e insolidaria con los países del sur del
mediterráneo. Motivo que nos debe hacer pensar si sirve para establecer en un
futuro un proyecto de ciudadanía. La respuesta obvia es que no nos sirve, pero
como ya hemos dicho, tampoco nos sirve replegarnos en los Estados nación, los
riesgos que esto tendría son difíciles de prever. El reto es ganar Europa para
el proyecto de ciudadanía, como escalón necesario para asentar un pilar
importante en la construcción de un proyecto global más humano. La extensión
del proyecto democrático, social y humanista a escala global.
Estoy absolutamente convencido de
que la salida retro del marco Europeo por los estados no traerá nada mejor. Es
por ello que como a aquel héroe que ayudo a crear el mito europeo, Heracles, al
pueblo solo le queda una salida, creer y perseguir el mito como utopía. La
utopía de una Europa de los ciudadanos y no del capital. Se necesita un nuevo
Hércules colectivo, un Hércules ciudadano. Vuelven lo héroes y los mitos, pero
ahora serán colectivos.
Regresar a las demarcaciones étnicas
para combatir a la Hidra de las 28 cabezas en este momento, que como es
conocido tiene el corazón, desde después de la Gran Guerra, en el otro lado del
Atlántico, solo es posible combatiendo al mismo tiempo las 28 cabezas, pues si
nos centramos en una sola de ellas, como en el caso griego - la menos peligrosa
- deja nuestro cuerpo expuesto a la mordida de cualquiera de las otras 27. Cuando
la Hidra Global del S.XXI ataca, lo hace desplegando todas sus armas, potencia,
triquiñuelas y capacidad de división, enfrentamiento entre sus víctimas y
seducción al mismo tiempo. Acabar con su tiránico dominio enfrentándose a ella
es un esfuerzo titánico, heracleo, pero hoy necesario en un campo de
batalla global. El deber de los pocos conscientes del reto que significa hoy
vencer a la Hidra Global, es concienciar a las sociedades de que solo tenemos
una forma de enfrentarnos a ella con alguna posibilidad. La Hidra global
multiplica por miles el poder de la hidra clásica, ya que durante milenios ha estado fagocitando el poder económico y también el político. Sólo atacándola sincronizadamente, sumando fuerzas y desde las distintas
partes del Globo donde asienta su dominio, será posible
herirla de muerte.
La lucha contra la Hidra Global
ha de ser a dos niveles complementarios: 1.- Recuperando la política, hoy
sometida a la gestión de los servidores de sus designios, que habrían de ser
servidores de la ciudadanía. 2- Afilando las conciencias ciudadanas en todos
los lugares mediante un proyecto de ciudadanía democrática, solidaria,
ambiental cosmopolita, inclusiva y global. Crear conciencia ciudadana para sí,
hoy conlleva argüir los riesgos globales y promover los valores para
superarlos. Uno de ellos es la necesidad de ir creando el clima ciudadano
necesario para conformar un cuerpo social que sistemáticamente actúe diluyendo
las fronteras insalvables, creadas desde etnicidades e intereses nacionales
varios. Si no hay conciencia de que las fronteras presentes o futuras han de ser permeables a la ciudadanía cosmopolita y han de permitir un proyecto social y global, estas serán una
barrera insalvable para la democracia. Si concedemos a estas fronteras el rango supremo
para articular la ciudadanía, esto creará, cultivará y reproducirá las
condiciones precisas para estimular las fronteras mentales, estaremos dando
poder a la Hidra Global, esa Hidra que ha secuestrado por segunda vez a Europa.
Es hora de ir avanzando en la
convergencia ciudadana, de coser y armonizar proyectos, de hacer política desde
la ciudadanía, con la visión entregada a lograr fundir todos los esfuerzos en
la creación de una nueva gran internacional, esta vez la definitiva
internacional humana, volver la vista atrás nos convertirá en “estatuas de sal”.
Antonio Fuertes Esteban
Barcelona, 9 de mayo de 2015