Francisco Morote Costa – ATTAC Canarias
¿Es posible remontar la crisis del sistema sin un cambio de mentalidad sobre la urgencia de restaurar una verdadera justicia fiscal global y nacional?
El concepto de justicia fiscal no es tan difícil de entender. Se trata, sencillamente, de que paguen más, a escala mundial y nacional, quienes más tienen y ese objetivo sólo se puede lograr sobre la base de regular los flujos internacionales de capital y de priorizar los impuestos directos, los que gravan al capital y al trabajo mejor remunerado, sobre los impuestos indirectos, sobre el consumo, que por ser universales afectan por igual a los enriquecidos y a los empobrecidos, favoreciendo claramente a los primeros y perjudicando significativamente a los segundos.
Si el concepto de justicia fiscal está claro y es inteligible para todos, ¿cómo es posible que haya soportado décadas de incomprensión, impopularidad y desapego general?
Merced a una campaña permanente de descalificación y deslegitimación emprendida y mantenida, por los círculos económicos y políticos del pensamiento neoliberal y sus medios exclusivos, desde los años setenta del siglo pasado hasta la actualidad.
A esa campaña no le faltaron argumentos tramposos. Establecido el imperio de la mano invisible del mercado y el dejar hacer dejar pasar del estado, fue fácil proclamar que si se quería que los dueños del capital invirtieran creando así riqueza y puestos de trabajo no se les debía castigar con políticas fiscales que detrajeran parte de su patrimonio de la inversión productiva. Además, para reforzar la idea de que las grandes fortunas, los grandes capitales, no debían ser sancionados con una fiscalidad severa que desanimara la inversión, se recordaba ” oportunamente” la existencia de los paraísos fiscales, donde las grandes fortunas por procedimientos más o menos lícitos podían poner a buen recaudo, bajo el manto protector del secreto bancario, sus capitales.
Es así, como por cierto proliferaron los paraísos fiscales que poco a poco fueron ampliando el círculo “selecto” de sus clientes desde los simples evasores de capital, a los gobernantes corruptos, los traficantes de armas, de drogas, de blancas, etcétera y ,por si fuera poco, además de no mover ni un dedo contra los paraísos fiscales, los estados y los gobiernos, paralizados por la ideología neoliberal, se entregaron a diseñar políticas tributarias con las que premiar a los grandes capitales que rehusaran poner a salvo sus fortunas en los acogedores y seguros paraísos fiscales creando, como sucedió en España con las SICAV ( Sociedades de Inversión de Capital Variable), consideradas ” paraísos fiscales sin salir de casa”, auténticos privilegiados fiscales.
Sin embargo, el anuncio de que la reducción de la presión fiscal sobre los grandes capitales llevaría aparejado, necesariamente, una mayor inversión en la economía productiva resultó ser, en muchos casos, radicalmente falso. Con una tasa de beneficio cada vez menor la economía capitalista fue transitando cada vez más del campo de la producción al campo de la especulación que, al fin y al cabo, sólo acaba creando riqueza para una minoría de especuladores profesionales y sus clientes y no crea o apenas crea puestos de trabajo.
En fin, una consecuencia más de la injusticia fiscal universal imperante en los años de la globalización neoliberal, fue que la creciente desigualdad en la distribución de la renta del capital y el trabajo a favor del primero, no fue corregida por los estados redistribuyendo, mediante políticas tributarias progresivas y a través del estado de bienestar, una parte de la riqueza acumulada por el capital en beneficio de las depauperadas clases trabajadoras.
De ese modo, llevados por la invisible mano del mercado llegó la crisis financiera de 2008, cuando el sector bancario de la mayor parte del mundo occidental tuvo que ser rescatado de la bancarrota por la mano visible del estado, con el dinero de todos los contribuyentes. Pero lo peregrino, sino fuera por los tintes cada día más dramáticos e intolerables de la situación, es que una vez salvado el irresponsable sector financiero especulador – Wall Street, la City y los bancos estadounidenses, británicos, etcétera – y consecuentemente el gran capital, el estado tiene que reponer los desembolsos multimillonarios del rescate del sector financiero pidiendo prestado, precisamente a los mercados financieros que en gran parte contribuyó a salvar, el dinero que invirtió en socorro de los banqueros especuladores.
Es así como después del rescate del sector financiero los estados, en medio de una crisis que ahora golpea ya a los sectores productivos y genera un desempleo creciente, en lugar de sacar las lecciones pertinentes sobre la contumacia de los poderes financieros, para empezar a revertir el peso de la salida de la crisis sobre ellos, la carga sobre las espaldas de los ciudadanos corrientes y, especialmente, sobre las de los trabajadores. Atrapados por un sistema financiero hecho a la medida de la globalización neoliberal, desregulado, complacientes con los inaceptables paraísos fiscales, pusilánimes a la hora de corregir la injusticia de los modelos fiscales nacionales, los gobiernos neoliberales o socioliberales del mundo occidental, han optado por compensar la pérdida de las grandes sumas de los rescates bancarios y la caída de los ingresos fiscales mediante la emisión de deuda pública, la subida de impuestos indirectos, la congelación salarial, el recurso a reformas laborales lesivas para los intereses económicos y laborales de los trabajadores, etcétera.
Todo eso en lugar de proceder de una vez a una reforma profunda del sistema financiero internacional, regulando las transacciones, estableciendo impuestos internacionales solidarios con los que reequilibrar los maltrechos presupuestos nacionales y con los que reunir los recursos para combatir el hambre y la pobreza extremas de los países empobrecidos, suprimiendo los paraísos fiscales, talón de Aquiles de cualquier sistema financiero que pretenda alcanzar un mínimo de eficiencia y equidad y, en el caso de los estados, la vuelta a un modelo fiscal progresivo, del estilo de los que aún hoy hacen posible sociedades con una cohesión social envidiable y que sin ir más lejos están en el norte de Europa.
Es la hora de la justicia fiscal global y nacional y si los ciudadanos y muy especialmente los trabajadores no se movilizan y presionan a las instituciones internacionales, el FMI, el BM el G-7 y el G-20, y a los gobiernos para conseguirla, los banqueros y los grandes empresarios, la elite de los de arriba, empleando su enorme poder sobre los gobiernos impondrán salidas a la crisis que sólo contemplarán sacrificios y sufrimientos para los simples ciudadanos y trabajadores, es decir, para la inmensa mayoría que formamos nosotros, los de abajo.
En definitiva, ¿por qué no acabar con el déficit público no mediante el pago de una injusta deuda pública, sino mediante el cobro de una gran deuda privada que los grandes bancos, las compañías transnacionales y los megamillonarios capitalistas han contraído con toda la humanidad y el planeta mismo?