viernes, 11 de febrero de 2022

Pero ¿Quien manda aquí? (2) La revancha de los rentistas




Preguntarnos por la naturaleza del poder político requiere diversas reflexiones: En qué consiste y bajo qué forma se representa, el territorio o unidad política en la que se ejerce, cómo se distribuye el poder en la sociedad… Es en este punto donde cabe preguntarse sobre el grado de poder que adquieren los representantes electos para poder decidir y gestionar políticas basadas en el encargo delegado por la sociedad y por su propio programa político.

Desde que sucumbió el bloque soviético, en el que el poder estaba concentrado en los aparatos del Estado, fue el capitalismo el que heredó la faz de la tierra. La falta de contrapoder global supuso la extensión del libre mercado, al mismo tiempo que el cuestionamiento de lo que de estado había en las ideas políticas socialdemócratas y en el Estado de bienestar. Los conservadores anglosajones adoptaron el ideario del neoliberalismo a final de los 70 y éste impregnó en los 90 la socialdemocracia, que por medio de la llamada Tercera vía transformó su sustancia de facto en social-liberalismo. Las políticas neoliberales, iniciadas con Ronald Reagan y Margaret Thatcher prendieron en todo el globo, que cada vez más constituyó una finca global de las grandes corporaciones, fueran estas privadas, o estatales en antiguos países comunistas o emiratos árabes.

Con el desarrollo de la globalización financiera se ha transformado la naturaleza de la acumulación capitalista y hemos de hablar de beneficios sin acumulación, que son aquellos que ya no se reinvierten en las empresas centrales, sino que buscan vías de inversión más rentables en la especulación financiera o en inversiones y factorías de países no desarrollados, buscando ventajas competitivas. Al tiempo que el desarrollo exponencial del capital ficticio en el conjunto de la economía ha supuesto grandes transformaciones en los equilibrios globales de poder.

Si con el desarrollo inicial del neoliberalismo en los 80 el mercado infringió un duro castigo a la sociedad reduciendo el estado de derecho, con el hiperdesarrollo del sector finanzas en la economía en los 90 y posteriores, el capitalismo productivo mutó globalmente en capitalismo financiero, originándose una economía financiarizada. Hoy día por cada flujo de unidad monetaria que se mueve en el desarrollo de la economía productiva, se mueven 100 en la economía especulativa. Esto pervierte cualquier tipo de bondad que en el pasado se haya podido atribuir a un supuesto sistema capitalista de  ”rostro humano” y convierte la economía en un juego de casino en el que, en función del enriquecimiento ilimitado y el poder que proporciona, una minoría de plutócratas depredan las vidas y el planeta en una carrera despiadada y sin sentido hacia ninguna parte.

Hablar de poder hoy en un mundo mercantilizado y monetizado al extremo, es hablar de la capacidad de los capitales rentistas, que se benefician de la producción pero no se implican en ella, tienen para generar beneficio desposeyendo a las sociedades de lo común y parasitando la economía. Los máximos agentes de este capitalismo rentista son bancos y corporaciones globales, aseguradoras y grandes fondos y carteras de fondos de inversión o de pensiones. Estos agentes actúan a través de la deslocalización productiva y fiscal, mercados bursátiles, el crédito-deuda, y la especulación con todo tipo de activos directos o derivados. Su revancha consistió en haber sabido aprovechar la crisis del capitalismo en los 70 para conseguir que los gobiernos implementaran normativas que extinguieran los controles a los que le sometió el capitalismo de Post-Guerra. Así que han impuesto de nuevo sus reglas de juego monetaristas, bajo la tutela inicial del conservadurismo anglosajón y la dirección de la Escuela Neoliberal de Chicago y más tarde de diversas instituciones de post-Guerra (BM, FMI, OCDE, GATT, OMC, UE, WEF).

Mientras a este estado de cosas y la enorme desigualdad que genera, se le sigue llamando democracia, los diversos partidos políticos pretenden que la ciudadanía les delegue, a través del voto, un poder que este sistema no pone de facto en manos de sus representantes. La globalización financiera ha acabado convirtiendo los estados concretos en “fincas particulares de los capitales globales” a través de los principios de competencia, liberalización, desregulación y privatización. Lo que mueve el mundo de la vida hoy es fundamentalmente la lógica de los inversores. En este nuevo orden de cosas los gobiernos son, cada vez más, meros gestores del sistema globalizado sin capacidad real para hacer políticas democráticas. Es la “mano invisible” de los mercados globales y sus instituciones quienes en realidad gobiernan sobre lo más sustancial.

En este magma de poder, la soberanía popular se dilapida e invisibiliza bajo el peso de la desposesión. Se ha producido un movimiento tectónico en el necesario equilibrio democrático de poderes entre el Estado, Mercado y Sociedad. Hace décadas que se viene hablando de dictadura de los mercados sobre los estados y la sociedad.

Paralelamente a la pérdida de poder y control por parte de los gobiernos, el sistema profundiza y globaliza sus propios riesgos, al mismo tiempo que genera nuevos. Cada riesgo genera un peligro para las sociedades y el planeta, su abordaje se convierte necesariamente en cuestión política. En una fase de autoconciencia reflexiva, la sociedad podría llegar a ser consciente de los peligros y amenazas incontroladas que genera y esto, a nivel político, podría generar luchas para prevenir y/o combatir los males que se producen y las responsabilidades de cada cual.

En una época global de interconectividad, intercausalidad e interdependecia crecientes surgen nuevos riesgos globales que generan una época de gran incertidumbre, lo que añade grandes dosis de complejidad al ejercicio de la política. La globalización financiera ha generado riesgos que impiden a los estados resolver los peligros que atenazan a sus sociedades basándose únicamente en la gestión política propia. Esto minimiza la capacidad de los estados para abordar con solvencia las causas de las crisis financiera y económica, la del mercado laboral, la del Estado de Bienestar, la del deterioro del medioambiente, de los conflictos bélicos, de la escasez de combustibles fósiles y otras industrias extractivas con sus efectos sobre la industria, del terrorismo internacional y otros riesgos globales.

Mientras las democracias políticas formales están secuestradas por los mercados, las sociedades de consumo irreflexivas e inconscientes, permanecen cautivas  reproduciendo comportamientos y valores que alimentan al gran depredador global. Podríamos decir que hoy avanza como nunca el sueño de Margaret Thatcher cuando dijo “La sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres y hay familias”. Estamos ahora en un momento de estupor social, donde menguan cada día derechos individuales y colectivos y en donde se disparan las desigualdades. No solo “el Rey está desnudo”, la sociedad también. Está por ver que esta crisis genere nuevas oportunidades en cuanto a que emerjan reactivamente nuevos movimientos sociales resistentes a sus efectos y que logren tomar el pulso a la realidad para promover las necesarias y en algunos casos apremiantes transformaciones.

Cualquier acción colectiva se inicia y desarrolla en un marco territorial, pero no nos podemos reducir a él. El marco estatal difícilmente crea emancipaciones estables y sostenibles, porque el marco global establecido es mayoritariamente de competencia y en él todas las sociedades luchan por conquistar beneficios, muchas veces a costa de otras sociedades, ello retroalimenta riesgos y conflictos que dificultan la paz y la gobernabilidad global.

Deconstruir el actual estado de cosas es el reto de cualquier fuerza emancipadora hoy, sea a nivel social o político. Es ya hora de plantearse un necesario y cada vez más apremiante salto cualitativo en las respuestas desde la política y la sociedad, que habrá de remover los estatus de ciudadanía. Enfrentarse hoy a los riesgos globales requiere de un compromiso y conciencia en tránsito hacia un sentimiento de ciudadanía global, ante los riesgos comunes como especie.

No hemos de dejar el cosmopolitismo y el internacionalismo en manos de los inversores globales. Ulrich Beck nos habla de una revolución cosmopolita de signo republicano y llama a los artífices de esta revolución “los hijos de la libertad” que constituirían una comunidad que trascienda la territorialidad y que luche por combatir la globalización capitalista mediante valores cosmopolitas y objetivos internacionalistas. Organizar estas redes de ciudadanos y ciudadanas sería la herencia más honrosa para aquellas grandes personas que en los siglos XIX y XX viajaron por el Mundo organizando las Internacionales contra la explotación capitalista.

 

 

 

 

 



Pero ¿Quien manda aquí? (1) ¡Danzad, danzad malditos!



 

Las batallas reales van por trincheras, las políticas, en España, avanzan desde las autonomías prefigurando el espacio político en que se dirime la “batalla de todas las batallas”, la final en el Estado. El escenario en Castilla- León viene siendo actualidad desde hace semanas, como muchos otros escenarios lo han sido antes y lo seguirán siendo.

Como en la película ¡Danzad, danzad malditos! De Sydney Pollack, mientras, la música sigue sonando en la pista de las maratonianas performances democráticas, controladas por los que siempre han hecho negocio con todos los espectáculos, los plutócratas de turno mantienen sus apuestas políticas preferentes bien situadas desde los altavoces mediáticos del recinto patrio bajo su control accionarial.

Focos y cámaras cubren de continuo a los líderes representantes de este espectáculo, que acaparan así la atención y las expectativas políticas de las gentes. El mañana se está jugando mediante un baile maratoniano de declaraciones, posicionamientos, cifras y pactos que se nos muestran como el universo de las propuestas políticas con respecto a lo posible. Por lo enconado de la contienda podría deducirse que los vencedores habrían de ser, de facto, los líderes que en el futuro pudieran cambiar nuestra situación, respondiendo a los intereses de quien en ellos confiamos; que fueran a ostentar el poder de decisión sobre lo sustancial que afecta a la colectividad.

El premio, para estos aventureros del espectáculo electoral, será poder ejercer su profesión política en el Gobierno Autonómico, durante un tiempo estipulado en el que tendrían el honor de servir al bien común de la comunidad política que los ha elegido y muy especialmente el privilegio de priorizar y favorecer el de sus votantes y/o fuerzas sociales o económicas que les dan apoyo.

Hasta aquí se podría argumentar el guion pre-diseñado de este “momento estelar de la democracia”, el de la elección de las candidaturas más apoyadas por la ciudadanía y el consiguiente proceso de investidura, en un ejercicio necesario como ritual de delegación de la soberanía popular. No obstante este ritual tiene una forma y un fundamento muy bien establecidos desde el sistema que periódicamente monta esta “fiesta” democrática.

Guy Debord y el movimiento Internacional Situacionista, que alimentó el espíritu del Mayo del 68 francés, argumentaron sobre lo que denominaron Sociedad del Espectáculo. Lanzaron este constructo contra la cara-espectáculo de la sociedad y sus ritos y en concreto también en lo que afecta a la máscara de las categorías políticas representativas. Las elecciones en esta sociedad del espectáculo se producirían como una realidad ritual, una forma procedimental caracterizada y pre-establecida desde el Poder. La representación se muestra así como algo más real que la experiencia vivida y somete al individuo a la condición de espectador pasivo y a aceptar pasivamente el estado de cosas existente. Los ritos de la sociedad del espectáculo retroalimentan continuamente los aspectos míticos del poder.

El mito demócrata liberal del poder como soberanía popular es el más extendido y compartido de la política desde las revoluciones francesa y americana hasta nuestros días. Como todo mito cumple una función de anclaje de la representación en un ideario, que es el ideario que acompaña a los procedimientos implícitos en los rituales democráticos.

Contrariamente a la idea de soberanía popular plasmada en los ordenamientos legislativos, un buen número de autores desde la política, la sociología, la economía o la filosofía han abundado en el aspecto ritual y mítico de la democracia liberal o formal. En realidad muchos son los autores que han hablado de la realidad elitista de las democracias occidentales. Las élites políticas, militares y económicas, decía el sociólogo norteamericano Wraight Mills en los años 60 del siglo pasado, poseen un punto común sobre el Mundo que hacen prevalecer e imponen socialmente, pero por encima de todas está la élite económica que predomina sobre todas las demás. Fue un politólogo, precisamente liberal, Robert A. Dahl quien en los 70 habló de que el ordenamiento democrático constituía en realidad una Poliarquía, en donde diferentes oligarquías políticas competían por obtener el poder. Aunque el caso es que como muy bien señaló Wraight Mills, el poder político siempre ha sido subsidiario del económico en los actuales sistemas democráticos.

Tal como ha ilustrado el marxismo epistemológico, la democracia liberal hoy no es sino el telón de fondo donde se reproduce la lucha de clases como motor de la historia, en el sistema capitalista actual. En esta democracia formal, el logro democrático igualitario de facto vendría dado por la derrota parlamentaria de las fuerzas capitalistas oligárquicas, siendo que, cada vez más, se constata cómo una democracia real es estrictamente incompatible con el sistema capitalista. Como explicitaron teóricos sobre la democracia en diversas épocas, como Alexis de Tocqueville o Norberto Bobbio, la democracia, aparte de con la libertad de voto, tiene mucho que ver con las cuotas de igualdad conseguidas en la sociedad; ha de ser procedimental y sustancial.

Finalmente, las teorías anarquistas desde el socialismo libertario desconfiarían de cualquier forma de estado como garante de la democracia posible y propondrían organizar la sociedad en torno a confederaciones de comunidades o comunas libres y autogestionadas. El mayor valor de las corrientes diversas de pensamiento libertario, ha sido los valores que han proyectado en diversos movimientos sociales y sociedad crítica. La democracia directa, radical, participativa y la crítica de la representación, reivindicando otras formas de hacer política, más consultas ciudadanas y una democracia informada y de base. Estos han sido avances sociales teñidos en parte de algunos valores que los movimientos libertarios han ido imprimiendo en la sociedad.

Pero llegados a este punto de posibles, surgen preguntas inevitables que nos enfrentan a la verdad desnuda de la política ¿Quién tiene auténtico poder y cómo lo ostenta? *

*Lo trataremos en una próxima entrega