Lluís Camprubí.
Recapitulando…
Hace unas semanas escribí un artículo reflexionando sobre el “proceso” político que se vive en Cataluña. Una situación de conflicto político (y de vivencia social del mismo), de amplia insatisfacción con la actual articulación y de desplazamiento de la sociedad catalana en el eje nacional. Situación que ha cambiado sustancialmente en los últimos tiempos, que es fruto de muchos determinantes, que requiere ser abordada y dónde ahora mismo el marco de discusión gira alrededor de la independencia. Así que quería reflexionar de forma crítica y constructiva. Sin que nadie pierda de vista que el adversario en el eje nacional es la pulsión centralista. Resumiendo mucho, situaba cinco ideas por las cuales no creo que la propuesta independentista –dominante en la escena- fuera deseable: a) la sociedad catalana –a pesar de algunos cambios- sigue siendo extremadamente y tercamente compleja, plural y muy mayoritariamente dual en sus identificaciones, vínculos emocionales, identidades nacionales subjetivas y en sus sentimientos de pertenencia Cataluña-España (el viraje se ha producido más en las propuestas políticas a las que se apoya que no en las identidades subjetivas); b) las soberanías que tradicionalmente se han reclamado para si los estados-nación son las que tendrían que ser transferidas hacia instancias democráticas europeas; c) la independencia paradójicamente haría “depender” del estado español la re-entrada a la UE (cómo alguien dijo poéticamente: “o DUI o UE, pero las dos cosas no pueden ser” ) y la participación de/en instituciones clave como el Eurogrupo o el BCE (ámbitos donde está el más cercano a la soberanía real que podemos tocar quedaría en muchos limbos); d) los costes de transición y las dificultades políticas se intuyen inmensas –y más en un contexto de crisis como el actual – (el debate no es sobre la viabilidad futura, sino sobre la durísima travesía del desierto) y e) la hegemonía –en mi opinión no modificable en el corto-medio plazo sin que deje de ser menospreciable- del proceso es profundamente conservadora. Y las razones y argumentos diferenciales del independentismo mayoritario respeto otros opciones que plantean una alternativa a la actual articulación entre Cataluña y España se basan en el fiscal- soberanismo, cierto supremacismo y una voluntad/instinto latente de repliegue nacional. Disparos que entiendo como el hecho diferencial del independentismo dominante (ciertamente hay un independentismo no dominante que plantea unas razones de progreso), puesto que las razones genéricas o difusas de insatisfacción con la situación actual y la voluntad de superarla son ampliamente compartidas.
Finalmente planteaba tres requisitos/condiciones para una propuesta superadora de la situación actual: Dar respuesta a la insatisfacción con el actual estatus, preservar la unidad civil del pueblo y ser acordada con el Estado.
Todo esto no pretendía caer en el anti-independentismo. Plantear cualquier salida a la contra de este componente importantísimo de la sociedad catalana es, directamente, absurdo. Simplemente reflexionar sobre el que parece que es el paradigma dominante y actualmente el único proyecto político capaz de presentar una propuesta que conecte con el deseo muy mayoritario de superación del estatus actual. Pero que hasta ahora no ha sido –pienso- discutido/razonado bastante seriamente. Confrontar los argumentos de la caverna y de la tarea y dibujar tierras prometidas no vale. Aparte de todas las virtudes politológicas que ha tenido hasta ahora como movimiento político y social (vertebración social, inteligencia, agregación de sectores muy diversos, capacidad de movilización, ganar la hegemonía, capturar para si todo los otros esos de conflicto,…) es de justicia reconocerle que ha conseguido hasta ahora cosas muy positivas, importantes y muy significativas cómo son que se vea viable y necesario plantear un cambio de estatus y acumular fuerza al respeto, que el PSOE se plantee abordar reformas constitucionales en un sentido federal y que componentes del PP asuman y se abran a que las cosas tienen que virar en un sentido contrario al centralismo. Son oportunidades a aprovechar. Hecho muy notable si tenemos presente la hegemonía dominante en el estado (y la insuficiencia de las voces que desde el conjunto del estado reclamaban un cambio de articulación estatal) y el conjunto de incentivos perversos a efectuar cualquier cambio.
Pero explorando el argumentario y el proyecto del independentismo –propuesta que seduce sinceramente a una parte muy significativa de la sociedad catalana- sigo sin encontrar respuesta en las principales preguntas: Como participar sin interrupciones de la necesaria construcción de una Europa federal (existe un vídeo que explica las implicaciones respecto de Europa de la independencia que está hecho por partidarios del “sí”, pero es verlo e ir a salto de mata a buscar la papeleta del “no”) ; como preservar la unidad popular y el respecto a los varios sentimientos de pertenencia en una inevitable tensión identitaria; como negociar la independencia si se argumenta que desde el Estado es innegociable una vía federal. Y por lo tanto, parece que habrá que seguir reflexionando para que una propuesta alternativa pueda ser atractiva, viable y aceptable para una amplia mayoría.
En esta nueva entrada querría profundizar sobre algunos aspectos relacionados con cómo pensamos y vivimos el “proceso”: las disyuntivas que a veces no quedan bastante claras; el no menosprecio del componente emocional del proceso; las dificultades de pensar la complejidad; las consecuencias del tensionamiento interno de la sociedad y finalmente, desglosar una propuesta modesta concreta a modo de hoja de ruta.
Disjuntives:
Todo no puede ser
Siempre se tienen que hacer elecciones.Hay disyuntivas y estas van bifurcando las elecciones. No puede ser todo. Y todavía menos a la vez. Empezamos pues por la disyuntiva que habríamos de situar en primer lugar si hablamos de soberanías: Queremos que el ámbito de la soberanía política/económica/fiscal corresponda en el área monetaria y al tamaño del mercado que se pretende regular? (si la respuesta es negativa conviene recordar que este es el escenario actual: desajustes que causan incapacidad de regulación y especificidad de la crisis en Europa). Si la respuesta es que sí entonces se presenta la dicotomía: o unión política europea o repliegue nacional-estatal (en el supuesto de que se elija repliegue, este en las actuales circunstancias no distará mucho de una autarquía vulnerable; aplicable a una hipotética Cataluña independiente, y en cualquier país de la periferia europea). Si la apuesta es por una unión política europea con la correspondiente transferencia de soberanías (fiscal incluida), resulta impensable quedarse fuera de la UE por un tiempo indeterminado y en una posición todavía más subalterna (menos capacidad de decisión) en política monetaria. Desconozco que hará el independentismo cuando lo constate, pero sólo diviso 3 opciones: que se vuelva euroescéptico (y propugne regreso competencial a los estados-nación), que mantenga ficticiamente que se puede seguir con la actual distribución competencial añadiendo simplemente un nuevo estado (razonamiento tipo “Europa es secundario + si queremos, entramos”), o que rectifique algún aspecto de su propuesta/proyecto/calendario/estrategia.
Otra de las disyuntivas a tener en consideración es si este proceso se quiere hacer unilateralmente desde Cataluña o si se tienen que tener presente todos los actores relevantes. Hay muchas razones para cuestionar la unilateralidad pero seguramente la más poderosa para los amantes de las razones instrumentales es que aboca a un perder-perder, un largo conflicto y la salida de la UE. Si nos situamos en el escenario que la actual situación de conflicto tendrá que ser negociada, entonces afloran los límites y la necesidad de tener presente las condiciones materiales en que se opera y que opinan todos los actores relevantes (tanto el Estado como otros actores internacionales y a pesar de que cueste asumirlo, los poderes fácticos: hacer las cosas a la contra de todos estos actores a la vez es quizás épico pero implica desconocer las correlaciones de fuerza).
También hay que aclarar, si lo qué se quiere en el corto plazo es la independencia o bien frenar la recentralización que viene, impulsar la pluriculturalidad, plurinacionalidad y el plurilingüismo del Estado, delimitar satisfactoriamente los marcos competenciales y acordar un sistema de financiación que respete la ordinalidad y la nivelación. Todo no puede ser. Si la apuesta y la solución para todo es la independencia es lógico articular un bloque social y político rupturista. Pero si lo que se quiere es resolver los principales nudos políticos del conflicto Cataluña-España, no parece demasiado sensato haber roto el bloque político y social catalanista (y más que se romperá tanto el bloque como sus componentes si se profundiza) para abordarlos con una mínima garantía de solución eficaz.
Las emociones forman parte de las “razones”
Que las emociones, los sentimientos, los agotamientos y las percepciones de agravio juegan un papel importante en el impulso de este proceso es un hecho, no es ninguna crítica. Cualquier proceso/proyecto político tiene en esta dimensión un componente necesario. A la discusión política-jurídico-administrativa competencial, respecto del autogobierno,… se tiene que sumar el componente emocional, si no, la fotografía es incompleta. Las razones sentimentales/emocionales se han retroalimentado con supuestas razones instrumentales, convirtiendo las emocionales en impulso y sujetador. Si no se abordan de forma diferenciada y específica, la resolución del problema político puede ser desastrosa. Y por eso mismo, por la fuerza que tienen las emociones y sentimientos a la hora de movilizar se tendría que ser extremadamente cuidadoso en que puedan agitarse. Si se construye un proyecto que se basa en el agravio y en el relato de que el otro es perverso, se genera una pulsión identitaria excluyente.
Es también en esta dimensión emocional que hay que tener presente la previsible frustración de todas aquellas personas que se han ilusionado en la promesa de una independencia fácilmente alcanzable, sin costes y solucionadora de todos los males. Con el añadido que las emociones empujan hacia la rapidez e inmediatez. Todos aquellos que han alimentado el discurso de la facilidad y lo maravilloso tendrían que intentar corregir el relato a pesar de la frenada sea cada vez más difícil. Evidentemente, cuando la realidad aflore, todo el mundo tendrá que contribuir a canalizar la frustración de la mejor manera posible.
En la vertiente emocional, o al menos la no racional, un factor adicional a tener en cuenta es la tentación subyacente a un repliegue nacional/estatal (sea cual sea). Un impulso –comprensible- a pensar que desde aquel territorio que uno puede sentir como propio y más conocido es más fácil domar y regular las fuerzas neoliberales. Que refugiándonos en la proximidad se puede cambiar mejor aquello que nos angustia cómo es la regresión social y democrática. Una creencia (irracional) a que la crisis a todos niveles es más manejable desde la proximidad. La voluntad de refugio en la seguridad del entorno generada por el “nacional-proteccionismo” más la percepción que las decisiones regresivas se toman únicamente en niveles superiores o alejados es difícilmente rebatible únicamente desde la racionalidad. Creo que es un caso de aquellos que las emociones/creencias permanecen, y los datos resbalan.
Y hay que tener presente la dimensión emocional y el choque que produciría a una parte muy significativa de la sociedad catalana que se siendo vinculada en España. Si se destapa la caja identitaria y se rompen los equilibrios construidos (que han cambiado sí, pero no de forma tan significativa como algunos se piensan) es fácil que se toquen sensibilidades y formas de vivir el hecho nacional muy íntimas y diversas. Las emociones son muy poderosas y tienen una gran capacidad de movilización e ilusión. Haríamos bien de tratarlas con el cuidado que se merecen.
Del pensamiento mágico y determinista al pensamiento de la complejidad
Todavía es un error muy extendido pensar la Historia como un adelanto imparable a niveles cada vez más elevados de igualdad, libertad y bienestar. La Gran Regresión que vivimos desde hace décadas es un ejemplo. Josep Fontana ha escrito largamente al respeto. También era prisionera de esta forma de razonar buena parte de la izquierda transformadora: estaba interiorizado el determinismo según el cual el capitalismo inexorablemente se vería sepultado por sus contradicciones y superado por los procesos emancipadores.
Nada avanza linealmente por un supuesto mandato histórico. Tampoco un proceso independentista. Ni el conflicto aumenta siempre hasta límites insostenibles. Ni en sociedades complejas de forma indefectible se acumulan más partidarios de una opción concreta. Los cambios políticos dependen (aparte de las condiciones materiales) de la cantidad de personas que los apoyan, pero también de la intensidad con la que lo hacen y de qué lugar en sus prioridades/preocupaciones figura. No hay que recurrir a las teorías de la liquidez, pero todo es más dinámico y cambiante de lo que parece (y esto vale para todas las partes). De hecho, si en algún momento se entra a discutir seriamente y de forma informada pros y contras de una opción rupturista cómo es la secesión, es imaginable pensar que los vinculados sentimentalmente/emocionalmente en la posición del “sí” se mantengan, pero que muchas de aquellas personas que han “comprado” el argumentario instrumental a falta de alternativas, se lo repensaran por los costes e incertidumbres. Así mismo puede pasar con el grupo de los expectantes, si las instituciones del Estado acceden a una propuesta de nueva articulación que dé respuesta a la centralidad de inquietudes y aspiraciones.
Uno de los errores del pensamiento simple y/o mágico es pensarlo todo desde la unilateralidad. Es creerse que deseando una cosa ya se tiene. Aquello tanto viejo de “querer es poder”. Como si los otros actores (internos y externos) no tuvieran nada a decir y cómo si las condiciones materiales y las correlaciones de fuerza no influyeran. ¿Tanto cuesta entender que primero habría un choque interno en Cataluña; después un choque con el Estado y finalmente un choque con Europa? ¿No son demasiados choques para salir sin arañazos significativos y para pensar que cada choque aumenta la complejidad del escenario?
El otro error es pensar linealmente. El pensamiento lineal acostumbra a operar bien con esquemas: 1 causa – 1 problema – 1 solución (o, disculpad la analogía salubrista: 1 factor de riesgo – 1 enfermedad – 1 tratamiento). A esta limitación se añade que además se confunde la parte sentida/vivida/conocida por el todo: proyectar la homogeneidad de parte al conjunto. Pero la realidad no va así. La dificultad es aplicar el pensamiento de la complejidad: Situaciones complejas, conflictos poliédricos, país plural, multitud de determinantes, Causalidad multi-nivel, diversidad de agentes implicados, derivas imprevisibles, aceptabilidad de las respuestas y equilibrios inestables. Demasiadas variables para no considerar.
Tensionamiento interno: las sociedades pierden elasticidad
Un proceso de ruptura de un Estado compuesto, y más teniendo presente las razones motivacionales del argumentario independentista dominante, requiere un tensionamiento identitario, una necesidad de situar trincheras “nosotros/ellos” tanto en lo interno de la sociedad catalana como en el de Cataluña-España. Ejemplos se pueden encontrar en la vida y conversaciones cotidianas de cada cual, en el discurso dominante y es lógico que acaben generando monstruos. No se trata de contraponer declaraciones/exhibiciones extremas de nacionalismo catalán versus español tipo “y tú más” (que afortunadamente ni en un caso ni en otra ilustran al conjunto de los territorios invocados) para señalar la intolerancia/inaceptabilidad de la otra parte. Simplemente son un síntoma de cuando los procesos están hegemonizados por la derecha y una señal de una escalada de tensión. La necesidad de tensionar el debate identitario se convierte en algo imprescindible en un proceso de ruptura (a pesar de que pueda ser no querido) porque si no se tensiona es muy posible que afloren propuestas de síntesis que rompan la dialéctica.
En la vertiente interna hace falta entonces colocar en la otra banda de la trinchera a aquellos quien tradicionalmente han formado parte del bloque político y social del catalanismo pero que no desean el nuevo objetivo político. Es un hecho que repugna a mucha gente, pero a la tener que tensionar políticamente y identitariamente cuesta mucho imaginar que no se recurra a discernir y querer clarificar los grises internos y los planteamientos de síntesis. El salto de aquí a tildar de enemigo o cualquier otra etiqueta es facilísimo.
En sociedades complejas cómo es la catalana y cuando se persigue la separación de un territorio que en principio no se muestra favorable (España) se requiere por parte de los impulsores del proceso, en la construcción metafórica/imaginaria del adversario externo, un fenómeno que es letal para la convivencia/conllevancia: se intercambian los conceptos de persona y del país adverso: Se deshumanizan los ciudadanos del otro territorio, desposeyéndolos de pluralidad y complejidad interna para asemejarlos al supuesto negativo del ideal de un mismo, y a la vez se antropomorfogeniza el territorio/país adversario dotándolo de una caracterización humana con los disparos a rechazar (ladre, espoliador, malvado, agresor, parásito, perezoso,…)
Todo es reversible, pero las sociedades no son perfectamente elásticas y vuelven instantáneamente a su punto de origen en cuanto a convivencia cuando se las somete a determinada presión. Las consecuencias para la unidad civil, el respeto a las identidades y vivencia del hecho nacional y el respeto recíproco internamente en Cataluña y entre los diferentes pueblos y sociedades del estado, requerirá esfuerzos para cicatrizarse.
Una propuesta modesta
El escenario es muy complicado. Y más si no se sale de la lógica del choque de trenes o del culo-de-saco. No hay recetas mágicas ni ninguna propuesta es óptima ni satisfará las aspiraciones de todo el mundo. La ensambladura federal (autogobierno más gobierno compartido) en un Estado plurinacional es una solución de parte de la sociedad catalana, pero tiene una virtud que no tienen las otras teniendo presente la complejidad, y es que puede ser una buena síntesis y cumplir con los tres requerimientos que planteaba al anterior artículo. Pero el federalismo tendría que hacer una propuesta proactiva puesto que no parece que sea demasiado deseable llegar a una solución relativamente federal fruto de ser la síntesis negociada de los dos antagonismos que ahora mismo plantean ambos gobiernos. De federalismos, hay de todos colores y formas. Ahora mismo es evidente que no es una propuesta seductora y motivadora, pero parte de la ventaja que –creo- al menos puede ser aceptable por un 70-80% de la sociedad catalana. Y dar respuesta al triple reto de ensambladuras –Cataluña-España-Europa, cada nivel con sus complejidades y pluralidades internas. También está claro, que hoy por hoy está planteada como una alternativa con un cierto aire de “resignación” y que hay que dotarla de atractivo, ambición y visualización de que es una alternativa que puede resolver mejor los retos y valores que afloran en sociedades complejas. Por favor, que alguien la dote de épica y estética.
Partimos que buena parte de las razones instrumentales o de “beneficio” que se aducen para justificar la independencia serían mucho más fáciles de abordar y solucionar ( y a la vez más justas y solidarias) en una ensambladura federal que respetara las plurinacionalidades, culturalidades y lingüismos del estado. El déficit fiscal excesivo (sistema de financiación Cataluña-España) -que es la razón principal según el CEO para desear la independencia- y que permite a algunos dibujar una tierra prometida (con unas falacias económicas escandalosas) sería corregible conceptualmente con un sistema de financiación que respete los principios de ordinalidad y nivelación entre partes y seria neutralizable económicamente con un combate decidido del fraude fiscal. Por otra banda, para abordar las cuestiones de identidad y emocionales, no parece que una solución rompedora sea positiva, puesto que es deseable ser cuidadoso, fino y respetuoso con el máximo de vivencias que operan en Cataluña. Sigue siendo, por lo tanto, necesaria una solución satisfactoria para la inmensa mayoría de la sociedad.
Un referéndum/consulta de sí/no a la independencia puede parecer una buena propuesta solucionadora y democráticamente impecable. Ciertamente. Pero las propuestas de consulta “de expresar un deseo” o del “todo o nada a priori” tienen algunos problemas/limitaciones. En primer lugar porque parece evidente que no conseguiría una mayoría “consensual” del 70-80%. Simplificando, nos tenemos que hacer la pregunta honesta de si internamente queremos una situación de 55-45 (en el sentido que sea) con una mitad entusiasmada y la otra “derrotada” o buscar una propuesta/alternativa que no sea tanto entusiasmando por una parte pero que sea aceptable por un 70-80% de la sociedad. Aquí está la importancia de la pregunta/objetivo. En segundo lugar hay que contemplar lo qué podríamos llamar las consecuencias imprevistas. ¿Qué pasa si después de un debate (supuestamente informado) sale el “sí” y se empiezan a percibir las dificultades inmensas para llevarlo a cabo y va quedando en el medio-largo plazo? (esto sólo es evitable si se acuerda con el Estado y se diseña y planifica un proceso tranquilo y contemplando todas las derivadas; doble condición que ahora parece inexistente). ¿Y si sale el “no”? ¿Elimina el deseo mayoritario de blindaje del autogobierno y de una nueva ensambladura satisfactoria? ¿No deja políticamente más abierto el reflujo y se abre la vía a la recentralitzación y a los retrocesos que empujan, y se dificulta el defender el autogobierno y encarar los retos pendientes?
Creo por lo tanto que se pueden explorar otras vías “dentro del derecho a decidir” para buscar una mejor solución que también sea participada por la ciudadanía. Previamente hay que calmar las prisas y diseñar horizontes temporales que lleven a donde quiera el grueso de la sociedad, pero que lo hagan sin brusquedades traumáticas. Si la voluntad popular es sólida y no coyuntural, un proceso tranquilo tendría que beneficiar a todo el mundo. Una posible solución pasa por la necesidad de buscar un acuerdo (de mínimos) político interno en Cataluña, amplio y basado en algunos pilares/puntos sin que ninguna parte renuncie a planteamientos estratégicos propios: a) Aceptación íntegra del Estatuto de Autonomía aprobado previo al laminado del Tribunal Constitucional; b) Blindaje de las dimensiones cultural, educativa y lingüística; c) Negociación de un nuevo sistema de financiación (2014) con el Estado que respete los principios de ordinalidad y nivelación; d) Reconocimiento del derecho y la forma de ejercicio del derecho a la autodeterminación; e) Buscar un nuevo “estatus” y promoción de los cambios constitucionales necesarios para hacerlo efectivo y reconocimiento constitucional de la pluriculturalidad, plurinacionalidad y plurilingüismo.
Estos puntos pueden ser un mínimo común denominador interno en Cataluña de objetivos a lograr muy mayoritarios que tendrían que ser acordados/concretados a través de la Comisión y el Pacto por el Derecho a Decidir. Haría falta entonces consultar/preguntar (es una consulta que puede ser más aceptable tanto internamente en Cataluña cómo por las instituciones generales del Estado) a la ciudadanía sobre si se quiere poner en marcha un proceso de negociación y concreción sobre este pack con el Estado (entre parlamentos y entre gobiernos). Es previsible que esto genere un consenso muy amplio. Si la respuesta es afirmativa se puede iniciar un proceso de conflicto-negociación con el Estado y que este llegue a un resultado o propuesta de ensambladura (o no). Entonces hará falta refrendar el nuevo marco propuesto. Sintetizando: pacto interno en Cataluña sobre los aspectos a decidir, referéndum/consulta previa, conflicto-negociación con el Estado y referéndum conclusivo. Y sí, esto tendría que impulsar un proceso de cambio constitucional donde se pueda reflejar la concreción del derecho a la autodeterminación para la independencia. Para todo esto, un horizonte de inmediatez no parece viable. No hay ninguna garantía de ”éxito”, pero en un horizonte temporal más laxo, parece al menos algo más viable.
Paralelamente, entre Estado y Generalitat, y por la importancia que decíamos de las emociones, se tendría que producir lo que podríamos denominar de forma obtusa y un poco ripiosa “pacte/acuerdo por el respeto a las identidades y sentimientos nacionales”. Está claro que este es el peor título posible. Y no tengo claro si tendría que ser de forma privada o pública. Puede sonar a chiste naif, pero que las instituciones y agentes y organizaciones políticas y sociales que les hacen de paraguas y apoyo se comprometan a no usar en el conflicto político el insulto a la identidad, a eliminar supremacismos y odios del discurso, relatos de ganar-perder y vencedores-derrotados y respetar la vivencia individual de los hechos nacionales, lo cual puede contribuir poderosamente a desactivar una parte de la parte del conflicto no político-administrativo o de poder. Es evidente que no se trata de limitar la libertad de expresión de individuos, pero sí que es un hecho que si los actores relevantes no acompañan/aplauden/incentivan esta parte de la tensión entre personas de territorios diversos, parte de la “norma social” que los pulsaba/tolera se eliminaría y se verían abocados a una fuerte desincentivación y deslegitimación. Es posible que ya hayamos experimentado al menos un aminoramento, de algunas partes, tanto desde la Brunete mediática como de los sectores esencialistas del independentismo catalán.
Vienen tiempos difíciles. La complejidad requiere soluciones complejas. Pero la ignorancia de la complejidad no exime de su realidad. Tampoco parece que esperar al post-choque permitirá construir una alternativa en mejores condiciones y una sociedad mejor. Una lástima, pero es así.