Hace décadas que, con la llamada
posmodernidad, se habla del fin de las ideologías, del final discursivo, de la
imposibilidad de encontrar un proyecto emancipador. Lo cierto es que la
modernidad, como proyecto de los países soberanos, sucumbió con su pérdida de
soberanía a manos de las grandes corporaciones y el poder Financiero.
A muchos nos une el ser metecos,
itinerantes, haber salido de nuestro vientre lugareño en pos de trabajo,
horizontes de futuro o simplemente aventuras. No menos tienen peor suerte y
buscan un refugio fuera de las pandemias, de las guerras y de la falta de
formas de subsistencia, del hambre.
Durante los años 60 y 70 Cataluña
fue un lugar donde huir del mísero horizonte del hambre en el sur de España.
Los planes de estabilización y desarrollo creados por los desarrollistas del
sistema nacional católico, los tecnócratas del Opus Dei, encontraron en el
carácter emprendedor catalán y en las posibilidades de su industria un lugar
donde invertir en infraestructuras y fomentar la industria patria. Igual lo
hicieron en el País Vasco y Madrid, fueron los tres polos de desarrollo del
régimen.
Cientos de miles desde Andalucía,
Aragón o Galicia, tomaron el tren, con o sin familia, hacia la Cataluña
prometida. Hubieron los que se aventuraron a viajar sin permiso de trabajo en
origen y se arriesgaron a ser devueltos a los lugares de origen por la guardia
civil cuando llegaban a la Estación de Francia. Una vez en Cataluña se
instalaron en chabolas y chamizos que ellos mismo se fabricaban con materiales
de desecho en lo que ahora son los barrios periféricos de la ciudad y metrópoli
de Barcelona. Hacían jornadas de trabajo inacabables y con su esfuerzo y la
austera economía doméstica pudieron, al cabo de años, comprarse o alquilar una
vivienda. Se han hecho múltiples relatos de las gestas de estas familias y de
las adversas circunstancias de su asentamiento, que superaron a base de trabajo
y pundonor.
La mayoría, llegada la transición
hicieron definitivamente de esta tierra catalana su lugar en el mundo y se
adaptaron, algunos a duras penas, a las políticas de inmersión cultural. Si
bien una mayoría en casa y sus hijos en el patio de las escuelas seguían
hablando en la lengua materna. A algunos, de origen catalán, les hubiera
gustado que estos, metecos o charnegos, hubieran dejado en casa su cultura y
aquí se hubieran asimilado culturalmente sin más. No pocos prohombres de CiU y
de ERC advirtieron de los riesgos para los catalanes y su sacrosanta cultura,
de atraer demasiados metecos. Y verdaderamente el tema no era para menos, pues
luego vinieron latinos, marroquíes, surafricanos, caribeños, chinos,
rumanos,... y la gran metrópoli se convirtió en una gran arca llena de especies
donde los catalanes de 8 apellidos vieron peligrar su reino en este mundo,
entre otras, las poderosas, nombradas por algunos como 400 familias, repartidas
y con ramificaciones en todas las formaciones políticas catalanas, más en las
nacionalistas.
La realidad es que, lejos de lo
que algunos piensan ahora, no ha sido internet que ha hecho crecer el
cosmopolitismo en Cataluña, sino la inmigración y el comercio. A algunos les
gustaría también que parte del "cosmopolitismo" fuera la conquista
dels Països Catalans, pero me temo que es un sueño del que no participan otros
de los llamados Països.
Ahora, en Cataluña, hay
empadronados entre un 55 y un 60% de metecos o charnegos, que hacían de
Cataluña un territorio mestizo y bendito hasta que llegó la crisis acompañada
del maldito PP y se removieron los cimientos étnicos en este territorio que amo
porque es donde han nacido mis hijos, un territorio de tradición cosmopolita e
históricamente mestizo, un sueño de los "sinrazas" de los
"sincredos nacionales" y eso se sabe y se sabe que mayoritariamente
el conflicto con el Estado español no ha sido óbice para que durante 34 años de
pos-transición Cataluña haya sido el "Oasis Catalán", si no que se lo
pregunten al "muy Honorable" y sus arreglos con el centralismo.
Cataluña iba bien y "pillaba" con la bisagra pujoliana, ora a
diestra, ora a siniestra, más que nadie.
Las cosas han cambiado, la pugna
ante la crisis por el trabajo escaso, los servicios, etc., pueden convertir
este lugar de acogida en territorio de expulsión y germinar la xenofobia, tanto
de orientación españolista, como catalanista. No despertéis a la bicha, no os
queráis imponer unos sobre otros. Se sabe perfectamente que una mayoría de
catalanes - que viven y trabajan en Cataluña - no quieren la independencia, los
sondeos del Instituto de opinión de la Generalitat lo han dejado muy patente en
las dos últimas ocasiones.
No, los discursos desde el eje
nación no constituyen actualmente un camino de modernidad. Hay muchos que creen
que la modernidad no ha acabado, que aún hay discursos y los hechos les dan
cotidianamente la razón, pero los Estados son categorías zombies y la
modernidad caída solo puede ser refundada de forma universalista, trascendiendo
y diluyendo fronteras físicas y psíquicas, las más importantes son las que
ponemos o quitamos en nuestros corazones.
Los riesgos que percibimos hoy
son, en gran parte, globales y como tales han de ser abordados. Sin embargo
Europa está demostrando a diario que muchos de estos riesgos no se enfrentan
colectivamente, sino que los gobiernos de cada país actúan trasladando la carga
negativa y precarizando a los más débiles. Y en eso, puede ser, que una
Cataluña soberana con autogobierno pudiera "soltar lastre" y adquirir
un lugar entre la media docena de territorios-nación privilegiados
económicamente Europa. Me pregunto razones y encuentro actores secesionistas
para todos los gustos: Unos por simple interés económico u otras formas de
cálculo instrumental, otros por la herida abierta desde el nacionalismo
español, otros de vuelos románticos. Si lo que prima en el secesionismo es el
romanticismo habrá que decir que el discurso nacional romántico no es ya de
este Mundo globalizado, o si lo es, es un peligro en ciernes para otros. Aún habría
más, los que más allá de cálculos y romanticismos o de hartos del Estado, lo
que desean es tener más competencias y nivel de autogobierno para poder afirmar
su patrimonio diferencial, en este punto todos podemos comprender que hace
falta un cambio profundo a nivel constitucional y hacia la federación de
territorios y naciones del Estado.
Cuando los tiempos despiertan las
pasiones, más si son nacionales, hemos de tener un espejo retrovisor conectado
con la razón, no sea que la realidad nos arrolle. Y creo que podemos colegir en
Cataluña que a pesar de los intentos del PP, la lengua y la cultura catalana
están más que asentadas y solo una dictadura como la franquista las podría
atacar, no nos engañemos. Y de los cerca de 8 millones catalanes casi todos defenderemos
la cultura y el idioma catalán. Aunque también un porcentaje ampliamente
mayoritario pedimos conservar nuestros orígenes españoles en Cataluña,
comenzando por un idioma que hablan 600 millones de personas en el mundo, lo
cual también es un gran patrimonio de la cultura catalana, no lo despreciemos.
Hemos de contar con lo que hay, que nos hace diferentes, más ricos
culturalmente y más universalistas.
En este punto de la transcendente
historia de relación y confrontación entre Cataluña y España, solo pido que
podamos filtrar nuestros sentimientos por el cedazo de una racionalidad situada
en el contexto actual y no histórica solamente. Me pregunto si no, si será
posible que en Europa los diversos pueblos se entiendan y solidaricen, después
de que diversos imperios arrasaron y ocuparon a fuego y sangre territorios por
doquier, y todos hayamos sido, en algún momento histórico, hostigadores o
zaheridos sin excepción, antes o después. Francos, Prusianos, Ingleses,
Españoles, o Catalanes y Aragoneses antes en el Mediterráneo.
La historia sangrienta ha de
servir para no repetirla, por eso la idea de Europa surgió como territorio
común de los pueblos enfrentados, como federación y solidaridad, aunque después
los gobiernos hayan traicionado a la ciudadanía al escuchar los cantos de
sirena del capital. Solo veo posible una España y una Europa de solidaridad y
progreso, que sea democrática, social y ambiental , pero para ello se necesita
un proceso de federación progresivo y convergente en aras de la paz y la reconstrucción
de la modernidad
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