miércoles, 4 de mayo de 2016

¿Fe religiosa o fe mundana? ¡Que resurja la fe cívica y mueva montañas!




La fe religiosa construyó e instauró templos de encuentro, quizá esos templos han sido durante siglos los nodos de una globalización, la de los creyentes, ocupados en interpretar la palabra de Dios a través de las doctrinas de fe reveladas. Sin embargo estos templos estuvieron vetados a los librepensadores, a los que dudaban, a los diferentes que hicieron avanzar al Mundo. Para todos ellos especialmente en la Edad Media se instauró el Santo Oficio.
He de reconocer a los apóstoles, heraldos y predicadores de la religión la gran inteligencia de haberse sabido mimetizar en todos los rincones, domus y villas del Planeta, permeando y dominando catecúmena y moralmente la opinión pública, mediante un mensaje, ora de paz, ora de guerra, pero siempre adaptado a los deseos y expectativas imperantes. Desde que se ganaron para si a tribunos y nobles en Roma con Diocleciano, Constantino y Teodosio finalmente, constituyéndose en la doctrina oficial del Imperio y de Occidente hasta hoy en la posteridad, los ministros de Dios en la tierra siempre han sabido mantener su posición al sol que más calienta y utilizado la fuerza de la corriente en su beneficio. Por más que nos prometan mundos nuevos aquí, o en el más allá, despachan continuamente con el Poder.
Las doctrinas religiosas siempre han tenido un pie bien asentado en las ansias de "salvación humana" y los gurus de la tribu religiosa siempre han sido expertos en interpretar los caminos de "salvación". Esta salvación que en cada época se conjugaba en verbos comunitarios, en la salvación de pueblos concretos, por la fe de la paloma o por la fe de las armas, la defensa o la conquista. Hasta hoy eso siempre ha sido así, la religión pretende universalismo, pero mantiene en la "parroquia" comunitaria su apuesta concreta. En cuanto al catolicismo, religión y nacionalismo siempre se han llevado muy bien y si no que se lo pregunten a los curas delatores de rojos durante y después de la Guerra Civil, a los que desde parroquias y órdenes religiosas del País Vasco lanzaron con su soporte a ETA, o a un gran elenco de políticos nacionalistas en Cataluña surgidos al calor de las juventudes católicas. En general que se lo pregunten al nacional-catolicismo, sea español, catalán o vasco. 

No hay más cielos que aquellos que los y las creyentes pueden imaginar y bien sabemos que la imaginación siempre se asienta en este Mundo. La imaginación nos aproxima a la felicidad, hecha a nuestra medida y ese paisaje muchos lo llaman cielo.
Nadie volvió del “más allá” para decirnos que nuestra fe es real, ni la verdadera, siempre hemos sido nosotros, con urdimbres terrenales, los que hemos creado a nuestros dioses y no al contrario. Los agnósticos solo creemos lo que somos capaces de contrastar con los prismáticos de la razón. No nos mueve la fe religiosa pues no se puede percibir por los sentidos su fundamento. De la misma manera que no podemos llegar por la razón a la existencia de un Dios primigenio fundador, de un último principio fundamento y creador de todo el universo conocido y del posible desconocido ¿Porqué nos íbamos pues a alinear con una línea de pensamiento teológica?.
¡No! Mi fe es de este Mundo, soy una persona mundana en el más amplio sentido de la palabra. Mundano, de mundanal, que ha sido utilizado a menudo eufemísticamente como sinónimo de ordinario o despreciable por las élites nobles u oligárquicas, o bien de pecado para la jerarquía católica. Me enojan los filibusteros de las creencias religiosas, depositarios de una “verdad” de fe revelada con la que dirigen y engañan la voluntad y la vida de la gente. Mi fé es cívica y se basa en la fé del poeta “Creo en el hombre. He visto espaldas astilladas a trallazos, almas cegadas avanzando a brincos, españas a caballo del dolor y del hambre, he visto y he creído". ¡Existe una fe cívica! ¡Creo en una fe cívica! y solo la comunión profunda con lo mundano puede originar esa fe necesaria para cambiar el mundo. " Y he tomado partido, partido hasta mancharme".

A diferencia de las religiones, que históricamente han basado su impulso y legitimidad en una fe externa a la existencia humana, la fe de “los propios”, aquella en la que creo y me apoyo, hunde sus raíces en la profusa y remota necesidad de convivencia como bien intrínseco, en sí mismo y no marcado por ningún principio superior e irrefutable.
Podemos decir que la fe religiosa y la fe civica son compatibles, pero también, sin riesgo a equivocarnos, que la fe religiosa ha sido siempre la venda permanente para aguantar cristianamente profundas heridas existenciales. La religión ha servido en la historia, como mínimo, como cataplasma para soportar sin rebelarse el dolor y la ignominia. También, su desarrollo en las clases populares, nos explica en parte esa especie de anomia social de los "humildes", aquella anomia por la que Etienne de La Boetie escribió su " Discurso sobre la servidumbre voluntaria" En la que se pregunta el por qué los más se subordinan siempre a los menos.
Pero entremos en lo mundanal, en las "minucias de la existencia". La convivencia cívica es admitida hoy comúnmente y en todas las leyes y cartas de principios como un bien de carácter universal, especialmente después de la noche oscura en que el Mundo quedó sumido después de dos guerras mundiales. De allí surgió un nuevo orden escénico con sus organismos internacionales NN.UU, sus instituciones financieras internacionales para favorecer el crédito y el desarrollo a los países más atrasados. Pronto se ha visto que el Poder rápidamente ha pervertido los pactos de post-guerra en su beneficio, desvirtuando los organismos salidos de Bretton Wodds y aquello para lo que fueron creados y acaba – mediante instrumentos de gobernabilidad a-democráticos como G-7, G-8, G-20 – con NN.UU, la paz y por ende con la convivencia internacional.
Lo que todo tipo de poderes despóticos y opresivos han necesitado para instaurarse – sean monárquicos, religiosos, ilustrados, económicos o algunos mal llamados revolucionarios que solo han pretendido sustituir una tiranía por otra – es acabar de raíz con las buenas prácticas de convivencia entre iguales, entre las cuales la más  reconocida es la democracia, como autogobierno de los propios ciudadanos y ciudadanas sobre sí mismos/as.
Hoy, cuando el poder plutocrático del dinero se ha erigido en único guardián y árbitro de la actual farsa democrática en el sistema mundo, habiéndose instaurado de facto una dictadura de los mercados y del dinero, es imperiosamente necesario el despertar de la ciudadanía para profundizar en la democracia e ir trazando caminos hacia una autentica democracia radical y republicana de carácter emancipador.
Porque los poderes electos han legislado para el dinero y no para la ciudadanía y han acabado deslegitimados y sin poder gobernar. Ello lo han hecho mediante el sometimiento legislativo de todos los procesos económicos, sociales y políticos a la ley de la libre competencia, en donde el pez grande se come al chico. Pero también legislando según la conocida máxima  de Julio Cesar para atajar los problemas imperiales “Divide et impera” Habiendo conseguido de hecho dividir y/o fragmentar a la izquierda sociológica, trabajadores/as y ciudadanos/as en múltiples intereses. Así como habiendo dejado a la opinión pública sometida casi exclusivamente a la tiranía cultural de los medios de persuasión y reproducción social. O para concluir bendiciendo constitucionalmente la libertad absoluta en los mercados de capitales, incluida la opacidad en las transacciones, especialmente las fraudulentas y criminales.
Esta democracia liberal, teóricamente basada en el “imperio de la ley” , deja sin normas, supervisión y control a los grandes delincuentes de cuello blanco de la globalización financiera, dejando en la indefensión más absoluta a la ciudadanía. Estamos sometidos a la ley del más fuerte, los valores de la democracia republicana – libertad, igualdad y fraternidad-  han sido abolidos del corpus esencial del sistema actual gobernado por el dinero, en donde el bien común se ha transformado por arte de hipnotizadores sociales y prestidigitadores políticos en bienes de interés económico general, que son todos aquellos que favorecen el crecimiento del PIB, que no del bienestar de la mayoría.
La convivencia ha de recrearse necesariamente mediante leyes y procesos que se basen en la cooperación entre personas, pueblos y Estados. Al Poder le interesa basar los sistemas de relación social en la libre competencia porque solo así se reproducen los mecanismos meritocráticos y/o de dominación al corpus social, lo cual ejerce como legitimación del propio sistema al asumir los “ciudadanos/as” súbditos de las amplias clases medias los valores del individualismo posesivo, la competitividad y el consumo irresponsable.
Es patente que en un Mundo marcado por la globalidad y la interdependencia se han de ir conformando mecanismos de control y gobernación democrática mundial que sirvan para control efectivo de los ciudadanos y ciudadanas sobre el poder del dinero al que no pueden controlar las actuales políticas nacionales. Unas naciones unidas democratizadas son necesarias para que la democracia de los ciudadanos sea posible.
Es necesario el despertar ciudadano, más allá de la revuelta necesaria, el despertar de una nueva fe cívica que vuelva a poner a la humanidad, como especie, en armonía entre iguales y con el planeta. Un nuevo ideal de emancipación más allá de religiones, naciones, e intereses económicos. Un ideal de ciudadanía universal y ello es posible a pesar de la diversidad, ya que si ponemos el acento en lo que une a las ideologías emancipadoras, no es sino la lucha contra la opresión y dominación de unos/as sobre otros/as.
¡Que resurja la fe cívica y que mueva montañas!

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