Javier Cercas
fuente: "el País semanal"
" Vivimos en una democracia que propicia o tolera la corrupción de los políticas"
" Yo me bajo en la próxima. Puede que no sea el único. Ustedes verán"
La segunda cosa más desoladora de esta última explosión de corruptelas acaecida en España es la fabulosa cantidad de tonterías disfrazadas de falsedades o de falsedades disfrazadas de tonterías que hemos tenido que escuchar a cuenta de ella. Hemos escuchado que no todos los políticos son iguales y que hay políticos buenos, malos y regulares como hay buenos, malos y regulares profesores de universidad. Hemos escuchado que quien critica esta democracia avala la dictadura o el populismo, y que los políticos están corrompidos porque todos estamos corrompidos. Hemos escuchado (lo ha dicho Rubalcaba) que no hay que cambiar las leyes, sino las actitudes personales de los políticos. Hemos escuchado (lo ha dicho Zapatero) que no hay que deprimirse: el hecho de que montones de políticos estén acusados de corrupción sólo significa que el sistema funciona, puesto que es capaz de detectar la corrupción. Siendo muy benévolos, todo esto no son más que buenas palabras, en el mal sentido de ambas palabras. Es deprimente que montones de políticos estén acusados de corrupción porque eso significa que el sistema permite que haya montones de políticos corruptos. Hay que cambiar las leyes porque el problema no son los políticos, sino las leyes: nuestros políticos no son intrínsecamente más deshonestos que los políticos de países menos corruptos; lo que ocurre es que padecemos determinadas leyes que facilitan la corrupción. Es una infamia decir que en este país todo el mundo está corrompido, aunque sólo sea porque no todo el mundo tiene la oportunidad de corromperse, y es otra infamia decir que quien critica el cariz de esta democracia pretende abolirla, porque lo que quiere a menudo es más y mejor democracia. Y en cuanto a los profesores de universidad, ¿se imaginan qué hubiera ocurrido si en los últimos tres años 17 de ellos hubieran sido detenidos por corruptos? (Claro que se lo imaginan: la universidad española hubiera tenido que ser reformada a fondo, o refundada). Bueno, pues mucho más que eso ha pasado en la política española, donde, por limitarnos sólo a los alcaldes, en los últimos tres años 17 de ellos han sido procesados por corrupción.
Ahora bien, si todo lo anterior es falso o tonto u obvio, ¿cuál es la verdad? La verdad es la cosa más desoladora de todo esto y la conocemos todos, empezando por los políticos: la verdad es que vivimos en una democracia que propicia o tolera la corrupción permanente de los políticos, o por lo menos el mangoneo - entendido como ese vicio universal de nuestros políticos consistente en meter las narices en todo, incluyendo aquello que no les compete-. En un artículo perfectamente lúcido, Joaquín Leguina lo ha dicho así: "El mangoneo en España es el rey de la vida política"; y añade: "La corrupción no es otra cosa que el mangoneo remunerado". Así que mientras no se acabe con el mangoneo, no se acabará con la corrupción, y, como reconoce el propio Leguina, los políticos españoles no están dispuestos a terminar con él, porque llevan 30 años colonizando terreno a sus expensas. Se me ocurre que por ahí quizás asoma, sin embargo, una forma mejor de ver todo este asunto: como una crisis de crecimiento, como la crisis de los 30 años; 30 años después del inicio de la democracia, cosas que entonces sirvieron para salir de aquel paso endiablado ya no sirven ahora, cosas que se sabe que hay que cambiar y que podrían cambiarse si la clase política quisiese. Por ejemplo: el sistema de financiación de los partidos, que es la madre de todas las corrupciones. Por ejemplo: las listas electorales cerradas, que son el padre de todas las corrupciones porque convierten al político en esclavo de su partido, y a esta democracia, en una partitocracia. Por ejemplo: la llamada ley del suelo, que entrega a los ayuntamientos, sin apenas control, la potestad de recalificar terrenos y otorgar licencias de construcción. Por ejemplo: un sistema fiscal que permite que entre el 20% y el 25% del PIB escape a la vigilancia del fisco. Ahora, sobre todo en Cataluña, donde las elecciones están casi a la vista, los partidos anuncian reformas legales entre promesas de regeneración y golpes de pecho. ¿Debemos creerlos? En 2001, los partidos catalanes pactaron un código de transparencia económica; según un informe de la Sindicatura de Cuentas, ocho años después ninguno de ellos lo ha cumplido.
Se acaba el tiempo. La democracia es un sistema político infinitamente mejor que cualquier otro porque es infinitamente perfectible; pero si los encargados de perfeccionarla deciden que no hay nada que perfeccionar o dicen que hay mucho que perfeccionar, pero no hacen nada por perfeccionarlo, entonces la democracia se convierte en un camelo. Siempre desconfié de los entusiasmos en política y, en consecuencia, siempre voté, con notable entusiasmo, al menos malo, básicamente para que nadie votase por mí; pero, si no hay nada que perfeccionar, yo tampoco tengo nada que votar, y además da lo mismo lo que voten por mí, si todavía queda alguien que quiere votar. Es verdad: diga lo que diga Zapatero, estamos deprimidos; pero los políticos confían en que se nos pasará. ¿Se nos pasará? Se acaba el tiempo. Yo me bajo en la próxima. Puede que no sea el único. Ustedes verán.
Ahora bien, si todo lo anterior es falso o tonto u obvio, ¿cuál es la verdad? La verdad es la cosa más desoladora de todo esto y la conocemos todos, empezando por los políticos: la verdad es que vivimos en una democracia que propicia o tolera la corrupción permanente de los políticos, o por lo menos el mangoneo - entendido como ese vicio universal de nuestros políticos consistente en meter las narices en todo, incluyendo aquello que no les compete-. En un artículo perfectamente lúcido, Joaquín Leguina lo ha dicho así: "El mangoneo en España es el rey de la vida política"; y añade: "La corrupción no es otra cosa que el mangoneo remunerado". Así que mientras no se acabe con el mangoneo, no se acabará con la corrupción, y, como reconoce el propio Leguina, los políticos españoles no están dispuestos a terminar con él, porque llevan 30 años colonizando terreno a sus expensas. Se me ocurre que por ahí quizás asoma, sin embargo, una forma mejor de ver todo este asunto: como una crisis de crecimiento, como la crisis de los 30 años; 30 años después del inicio de la democracia, cosas que entonces sirvieron para salir de aquel paso endiablado ya no sirven ahora, cosas que se sabe que hay que cambiar y que podrían cambiarse si la clase política quisiese. Por ejemplo: el sistema de financiación de los partidos, que es la madre de todas las corrupciones. Por ejemplo: las listas electorales cerradas, que son el padre de todas las corrupciones porque convierten al político en esclavo de su partido, y a esta democracia, en una partitocracia. Por ejemplo: la llamada ley del suelo, que entrega a los ayuntamientos, sin apenas control, la potestad de recalificar terrenos y otorgar licencias de construcción. Por ejemplo: un sistema fiscal que permite que entre el 20% y el 25% del PIB escape a la vigilancia del fisco. Ahora, sobre todo en Cataluña, donde las elecciones están casi a la vista, los partidos anuncian reformas legales entre promesas de regeneración y golpes de pecho. ¿Debemos creerlos? En 2001, los partidos catalanes pactaron un código de transparencia económica; según un informe de la Sindicatura de Cuentas, ocho años después ninguno de ellos lo ha cumplido.
Se acaba el tiempo. La democracia es un sistema político infinitamente mejor que cualquier otro porque es infinitamente perfectible; pero si los encargados de perfeccionarla deciden que no hay nada que perfeccionar o dicen que hay mucho que perfeccionar, pero no hacen nada por perfeccionarlo, entonces la democracia se convierte en un camelo. Siempre desconfié de los entusiasmos en política y, en consecuencia, siempre voté, con notable entusiasmo, al menos malo, básicamente para que nadie votase por mí; pero, si no hay nada que perfeccionar, yo tampoco tengo nada que votar, y además da lo mismo lo que voten por mí, si todavía queda alguien que quiere votar. Es verdad: diga lo que diga Zapatero, estamos deprimidos; pero los políticos confían en que se nos pasará. ¿Se nos pasará? Se acaba el tiempo. Yo me bajo en la próxima. Puede que no sea el único. Ustedes verán.
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