Fallo de sistema (X)
¡Viva la
filosofía en los institutos!
La democracia regresó a España de
la mano de la Transición política y generó amplios debates que nutrieron la
pugna por el control de la educación. Básicamente emergen modelos y líneas de
acción educativa, bien de tradición conservadora y retro, bien liberal
siguiendo la estela de Europa, bien modelos críticos sobre la educación desde los
movimientos de renovación pedagógica. Las tres han dejado huella en nuestras
prácticas educativas, si bien es el liberalismo imperante el que marca hace
décadas el corpus de la educación. El liberalismo político ha fomentado la
meritocracia, el “legítimo” derecho de los individuos “más aptos” para hacer
prevalecer sus intereses y en esto ha sido reforzado por un liberalismo
económico de “libre mercado” que, lejos de proporcionar igualdad de
oportunidades ante la educación, transmite y profundiza generacionalmente la
reproducción del estatu quo.
Nuestros sucesivos gobiernos vienen adoptando líneas curriculares y programáticas marcadamente tecnocráticas, siguiendo el funcionalismo imperante en las disciplinas que se han venido a llamar "ciencias sociales", cuando la educación núnca ha sido, ni será, una ciencia; sí nutre disciplinas del saber que actúan desde la experiencia, la interrrelacción, la generación y la transmisión de conocimiento. Este dislate es fundamental para comprender el auge del liberalismo y el ataque a los valores republicanos en la educación.
Nuestros sucesivos gobiernos vienen adoptando líneas curriculares y programáticas marcadamente tecnocráticas, siguiendo el funcionalismo imperante en las disciplinas que se han venido a llamar "ciencias sociales", cuando la educación núnca ha sido, ni será, una ciencia; sí nutre disciplinas del saber que actúan desde la experiencia, la interrrelacción, la generación y la transmisión de conocimiento. Este dislate es fundamental para comprender el auge del liberalismo y el ataque a los valores republicanos en la educación.
Fue August Compte, en el S.XIX, quien
extendió el marco positivista de la ciencia a lo social, de ahí el actual enfoque
liberal de las llamadas “ciencias de la educación”. Reduce al educando a la
categoría de objeto de la educación, cosificándolo en función de la adquisición
de aprendizajes prediseñados e impidiendo sea sujeto de su educación, de su
propio plantar y descubrirse en el mundo. En este sentido la educación ha de
recuperar la acepción clásica de la raíz latina “educere” (sacar de dentro, dar
a luz), el reto de la educación es acompañar el aprendizaje de los sujetos en
su propio proceso educativo y transcender así el sentido adiestrador de la
educación conservadora, al mismo tiempo que el tecnocrático reproductor del
funcionalismo liberal. Los espíritus libres requieren afrontar la vida
preguntándose sobre su entorno y circunstancias. Las humanidades y
especialmente la filosofía ayudan a pensarse y pensar el mundo, creando las
bases para el juicio y la crítica transformadora.
En una democracia republicana, la
educación, además de educarnos en libertad, ha de ser igualadora y ayudarnos a
colaborar y a ejercer la solidaridad, necesarios para evitar todo tipo de
dominación. Decía Étienne de la Boétie en el S. XVI “La causa de constituirse
los hombres voluntariamente esclavos, es que nacen siervos y son educados como
tales” y Nelson Mandela que “La educación es el arma más poderosa para
transformar el mundo”. Foucault, en su aproximación a la educación, atribuye a
la escuela la capacidad disciplinar, ámbito en donde las personas son moldeadas
para adaptarse a la producción o a las relaciones sociales establecidas. Reclama
espacios de libertad para la reflexión, para el pensamiento, capaces de
problematizar y diseccionar los micropoderes propios de un sistema de
dominación.
El fracaso de la educación es de
la sociedad y de su escasa cultura democrática, por ello se habla, más allá de
la institución escolar, de sociedad educadora. Es apremiante que la sociedad se
comprometa con la educación de las futuras generaciones. La ciudadanía ha de
responsabilizarse, exigiendo a los poderes públicos una educación pública de
calidad, plural, laica y abierta a lo diverso. Capaz de promover valores
democráticos, de compensar las desigualdades y de aumentar las oportunidades sin
excepciones. Este es el primer reto si no queremos quedar a merced de los
adoctrinadores y del mercado.
Importa a la izquierda establecer
bases en la educación que ayuden a profundizar la democratización, orientada al
cambio, de un sistema marcadamente desigual. Frente a la enseñanza conservadora
de recreación de la tradición o al estímulo meritocrático liberal como justificante
de la desigualdad, la izquierda política y social habría de sentar bases para
abrir las conciencias al pensamiento crítico, como forma de salir del “anillo fatídico”
de reproducción de lo dado. ¡Bienvenida sea la obligatoriedad curricular de la
filosofía!
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