miércoles, 19 de febrero de 2020

¡Víva la filosofía en los institutos!






Fallo de sistema (X)




¡Viva la filosofía en los institutos!

La democracia regresó a España de la mano de la Transición política y generó amplios debates que nutrieron la pugna por el control de la educación. Básicamente emergen modelos y líneas de acción educativa, bien de tradición conservadora y retro, bien liberal siguiendo la estela de Europa, bien modelos críticos sobre la educación desde los movimientos de renovación pedagógica. Las tres han dejado huella en nuestras prácticas educativas, si bien es el liberalismo imperante el que marca hace décadas el corpus de la educación. El liberalismo político ha fomentado la meritocracia, el “legítimo” derecho de los individuos “más aptos” para hacer prevalecer sus intereses y en esto ha sido reforzado por un liberalismo económico de “libre mercado” que, lejos de proporcionar igualdad de oportunidades ante la educación, transmite y profundiza generacionalmente la reproducción del estatu quo.

Nuestros sucesivos gobiernos vienen adoptando líneas curriculares y programáticas marcadamente tecnocráticas, siguiendo el funcionalismo imperante en las disciplinas que se han venido a llamar "ciencias sociales", cuando la educación núnca ha sido, ni será, una ciencia; sí nutre disciplinas del saber que actúan desde la experiencia, la interrrelacción, la generación y la transmisión de conocimiento. Este dislate es fundamental para comprender el auge del liberalismo y el ataque a los valores republicanos en la educación.

Fue August Compte, en el S.XIX, quien extendió el marco positivista de la ciencia a lo social, de ahí el actual enfoque liberal de las llamadas “ciencias de la educación”. Reduce al educando a la categoría de objeto de la educación, cosificándolo en función de la adquisición de aprendizajes prediseñados e impidiendo sea sujeto de su educación, de su propio plantar y descubrirse en el mundo. En este sentido la educación ha de recuperar la acepción clásica de la raíz latina “educere” (sacar de dentro, dar a luz), el reto de la educación es acompañar el aprendizaje de los sujetos en su propio proceso educativo y transcender así el sentido adiestrador de la educación conservadora, al mismo tiempo que el tecnocrático reproductor del funcionalismo liberal. Los espíritus libres requieren afrontar la vida preguntándose sobre su entorno y circunstancias. Las humanidades y especialmente la filosofía ayudan a pensarse y pensar el mundo, creando las bases para el juicio y la crítica transformadora. 

En una democracia republicana, la educación, además de educarnos en libertad, ha de ser igualadora y ayudarnos a colaborar y a ejercer la solidaridad, necesarios para evitar todo tipo de dominación. Decía Étienne de la Boétie en el S. XVI “La causa de constituirse los hombres voluntariamente esclavos, es que nacen siervos y son educados como tales” y Nelson Mandela que “La educación es el arma más poderosa para transformar el mundo”. Foucault, en su aproximación a la educación, atribuye a la escuela la capacidad disciplinar, ámbito en donde las personas son moldeadas para adaptarse a la producción o a las relaciones sociales establecidas. Reclama espacios de libertad para la reflexión, para el pensamiento, capaces de problematizar y diseccionar los micropoderes propios de un sistema de dominación.

El fracaso de la educación es de la sociedad y de su escasa cultura democrática, por ello se habla, más allá de la institución escolar, de sociedad educadora. Es apremiante que la sociedad se comprometa con la educación de las futuras generaciones. La ciudadanía ha de responsabilizarse, exigiendo a los poderes públicos una educación pública de calidad, plural, laica y abierta a lo diverso. Capaz de promover valores democráticos, de compensar las desigualdades y de aumentar las oportunidades sin excepciones. Este es el primer reto si no queremos quedar a merced de los adoctrinadores y del mercado.

Importa a la izquierda establecer bases en la educación que ayuden a profundizar la democratización, orientada al cambio, de un sistema marcadamente desigual. Frente a la enseñanza conservadora de recreación de la tradición o al estímulo meritocrático liberal como justificante de la desigualdad, la izquierda política y social habría de sentar bases para abrir las conciencias al pensamiento crítico, como forma de salir del “anillo fatídico” de reproducción de lo dado. ¡Bienvenida sea la obligatoriedad curricular de la filosofía!

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