La fe religiosa construyó e instauró templos de encuentro, quizá
esos templos han sido durante siglos los nodos de una globalización, la
de los creyentes, ocupados en interpretar la palabra de Dios a través de
las doctrinas de fe reveladas. Sin embargo estos templos estuvieron
vetados a los librepensadores, a los que dudaban, a los diferentes que
hicieron avanzar al Mundo. Para todos ellos especialmente en la Edad
Media se instauró el Santo Oficio.
He de reconocer a los
apóstoles, heraldos y predicadores de la religión la gran inteligencia
de haberse sabido mimetizar en todos los rincones, domus y villas del
Planeta, permeando y dominando catecúmena y moralmente la opinión
pública, mediante un mensaje, ora de paz, ora de guerra, pero siempre
adaptado a los deseos y expectativas imperantes. Desde que se ganaron
para sí a tribunos y nobles en Roma con Diocleciano, Constantino y
Teodosio finalmente, constituyéndose en la doctrina oficial del Imperio y
de Occidente hasta hoy en la posteridad, los ministros de Dios en la
tierra siempre han sabido mantener su posición al sol que más calienta y
utilizado la fuerza de la corriente en su beneficio. Por más que nos
prometan mundos nuevos aquí, o en el más allá, despachan continuamente
con el Poder.
Las doctrinas religiosas siempre han tenido un pie
bien asentado en las ansias de “salvación humana” y los gurus de la
tribu religiosa siempre han sido expertos en interpretar los caminos de
“salvación”. Esta salvación que en cada época se conjugaba en verbos
comunitarios, en la salvación de pueblos concretos, por la fe de la
paloma o por la fe de las armas, la defensa o la conquista. Hasta hoy
eso siempre ha sido así, la religión pretende universalismo, pero
mantiene en la “parroquia” comunitaria su apuesta concreta. En cuanto al
catolicismo, religión y nacionalismo siempre se han llevado muy bien y
si no que se lo pregunten a los curas delatores de rojos durante y
después de la Guerra Civil, a los que desde parroquias y órdenes
religiosas del País Vasco lanzaron con su soporte a ETA, o a un gran
elenco de políticos nacionalistas en Cataluña surgidos al calor de las
juventudes católicas. En general que se lo pregunten al
nacional-catolicismo, sea español, catalán o vasco.
No hay más
cielos que aquellos que los y las creyentes pueden imaginar y bien
sabemos que la imaginación siempre se asienta en este Mundo. La
imaginación nos aproxima a la felicidad, hecha a nuestra medida y ese
paisaje muchos lo llaman cielo.
Nadie volvió del “más allá” para
decirnos que nuestra fe es real, ni la verdadera, siempre hemos sido
nosotros, con urdimbres terrenales, los que hemos creado a nuestros
dioses y no al contrario. Los agnósticos solo creemos lo que somos
capaces de contrastar con los prismáticos de la razón. No nos mueve la
fe religiosa pues no se puede percibir por los sentidos su fundamento.
De la misma manera que no podemos llegar por la razón a la existencia de
un Dios primigenio fundador, de un último principio fundamento y
creador de todo el universo conocido y del posible desconocido ¿Porqué
nos íbamos pues a alinear con una línea de pensamiento teológica?
¡No! Mi fe es de este Mundo, soy una persona mundana en el más amplio
sentido de la palabra. Mundano, de mundanal, que ha sido utilizado a
menudo eufemísticamente como sinónimo de ordinario o despreciable por
las élites nobles u oligárquicas, o bien de pecado para la jerarquía
católica. Me enojan los filibusteros de las creencias religiosas,
depositarios de una “verdad” de fe revelada con la que dirigen y engañan
la voluntad y la vida de la gente. Mi fe es cívica y se basa en la fe
del poeta “Creo en el hombre. He visto espaldas astilladas a trallazos,
almas cegadas avanzando a brincos, españas a caballo del dolor y del
hambre, he visto y he creído”. ¡Existe una fe cívica! ¡Creo en una fe
cívica! y solo la comunión profunda con lo mundano puede originar esa fe
necesaria para cambiar el mundo. ” Y he tomado partido, partido hasta
mancharme”.
A diferencia de las religiones, que históricamente
han basado su impulso y legitimidad en una fe externa a la existencia
humana, la fe de “los propios”, aquella en la que creo y me apoyo, hunde
sus raíces en la profusa y remota necesidad de convivencia como bien
intrínseco, en sí mismo y no marcado por ningún principio superior e
irrefutable.
Podemos decir que la fe religiosa y la fe civica son
compatibles, pero también, sin riesgo a equivocarnos, que la fe
religiosa ha sido siempre la venda permanente para aguantar
cristianamente profundas heridas existenciales. La religión ha servido
en la historia, como mínimo, como cataplasma para soportar sin rebelarse
el dolor y la ignominia. También, su desarrollo en las clases
populares, nos explica en parte esa especie de anomia social de los
“humildes”, aquella anomia por la que Etienne de La Boetie escribió su ”
Discurso sobre la servidumbre voluntaria” En la que se pregunta el por
qué los más se subordinan siempre a los menos.
Personalmente me
produce una gran desazón comprobar cómo, aún hoy, personas inteligentes
profesan, e incluso practican creencias religiosas. Parece que crean que
solo lo espiritual les puede salvar. Pero en esto confunden el término
espiritualidad, como si la espiritualidad fuera deudora de las religiones. Como si
unas religiones fundamentadas en supercherías diversas, aderezadas con
aspiraciones de poder terrenal y con una historia cargada de luchas fraticidas pudieran, aún
hoy, guiar nuestros pasos espirituales. Al final me temo que todo es fruto de un cierto
seguidismo cultural de tradiciones heredadas y sin fundamento, una visión cómoda de estar en el mundo.Son gente
bien asentada en su comunidad y que posiblemente quieren influir sobre ella,
aceptando sus mitos, ritos y banalidades. Dudo mucho que así puedan
cambiar profundamente ni la existencia, ni la espiritualidad auténtica de sus sociedades.
Es necesario el despertar
ciudadano, más allá de la revuelta necesaria, el despertar de una nueva
fe cívica que vuelva a poner a la humanidad, como especie, en armonía
entre iguales y con el planeta. Un nuevo ideal de emancipación más allá
de religiones, naciones, e intereses económicos. Un ideal de ciudadanía
universal y ello es posible a pesar de la diversidad, ya que si ponemos
el acento en lo que une a las ideologías emancipadoras, no es sino la
lucha contra la opresión y dominación de unos/as sobre otros/as.
¡Que resurja la fe cívica y que mueva montañas!
Antonio Fuertes Esteban
27 julio 2016
Revisión y reformulación de un artículo anterior
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