Estamos constatando día tras día el abismo donde se precipitan en barrena los discursos políticos de la modernidad tardía, sin que por el momento hayan fuerzas políticas o sociales capaces de reformular los parámetros de la misma transcendiéndola - no ya revolucionariamente, sino ni siquiera como reformas que supongan avances para las clases populares – dadas las nuevas circunstancias contra-revolucionarias y regresivas que ha supuesto el re-apoderamiento social del dinero, la dictadura de las finanzas sobre la economía y la sociedad.
La crisis del sistema capitalista, además de una profunda crisis social y ambiental, ha supuesto una crisis de sus instituciones y procedimientos. Esto supone la deslegitimación del ordenamiento político sobre el que se construyó la democracia burguesa, como democracia formal y pretendidamente representativa.
Las organizaciones políticas y sindicales de izquierda, que han tenido un papel decisivo desde la transición en la gobernabilidad del sistema en el Estado español, han perdido sus roles y poderes tradicionales como fuerzas de progreso o cambio. El sistema, como sistema global, venció al cambio posible a través del ordenamiento internacional que posibilitó la globalización financiera y en cuya consolidación tienen responsabilidades gran parte de esta izquierda, por acción u omisión.
Dicho sistema, siempre controlado por la élite plutocrática del dinero, viene efectuando en Europa un ataque a los pactos democráticos de post-guerra desde hace más de tres décadas y con la actual crisis sistémica ha sacado sus garras para dar el golpe definitivo a la democracia. Nadie puede negar hoy que la actual burla democrática oculta la dictadura del dinero por encima de los poderes políticos electos y sobre la ciudadanía.
Las medidas de gobierno fundamentales en el Estado Español - como en buena parte de Europa- se toman hoy a golpe de decretazo, sin importar el rechazo social que suponen. Comenzó el PSOE y el PP está llevando el gobierno por decreto y sin diálogo político o consenso social al paroxismo, argumentando que es la única opción posible ante la presión de los mercados. Todos sabemos que la crisis está significando la excusa para demoler el Estado social y efectuar la re-distribución de las rentas del Trabajo hacia el capital. La llamada dictadura de los mercados tiene nombres y apellidos y es la dictadura de los muy ricos, de los poseedores del dinero, las instituciones financieras internacionales y los grandes accionistas y directivos de las grandes corporaciones transnacionales.
Se espera, de los gobiernos europeos, sean los artífices de la regresión social, del re-apoderamiento de la riqueza en pocas manos y de la extinción de lo público, del Estado social. Esto significa hoy un auténtico golpe de estado a la democracia en Europa, declarado unilateralmente desde las élites económicas y políticas europeas, en aplicación del Tratado neoliberal de Lisboa, que, nunca me cansaré de repetir, fue firmado por los 27 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea, tanto los del grupo socialista, como del grupo popular.
Ante esta agresión sobre las clases populares, rompiendo la posibilidad de paz y cohesión social, las organizaciones de izquierda no pueden poner la otra mejilla –de la ciudadanía- mediante políticas concertadoras que desconciertan y pactos de manos atadas que hoy tienen como escenario auténticas cámaras de tortura destinadas a la ciudadanía y donde la cuestión que se pone encima de la mesa es “hasta donde nos vamos a bajar los pantalones”. La única postura digna posible de las organizaciones de izquierda política y sindical es la defensa del “cinturón de seguridad” que significa el Estado social basado en el garantismo del trabajo y de los servicios y prestaciones públicas para la ciudadanía, ¡Ni un paso atrás!
Un sindicato de clase hoy habría de tener como eje fundamental de lucha, desde un sindicalismo de clase y no corporativo, presionar por el reparto del trabajo mediante la reducción de la jornada laboral. Desde la política de izquierda no se puede consentir la actual política privatizadora, el desguace de los servicios y prestaciones públicas. Sobre ello no debería haber negociación posible. Los deseos de la oligarquía y de sus siervos políticos de aumentar su poder y beneficios solo tienen una respuesta digna desde la izquierda social y política: El fin de la concertación y de la paz social, la movilización social y la desobediencia civil. En ningún caso las organizaciones pactistas deberían ser, en estos momentos, las que abanderen la lucha de la ciudadanía. Todos tenemos el deber ciudadano de extender socialmente una cultura de rebeldía, desobediencia y propuesta alternativa ¡Basta ya de vergonzosas claudicaciones!
Sin embargo la ciudadanía organizada necesita ya ir más allá de la desnuda rebeldía y más allá de efectuar una política de enfrentamiento y de simple acoso y derribo de los gobiernos. Las organizaciones de izquierda real, junto a movimientos sociales y ciudadanía crítica, ya hace tiempo saben que se ha de pasar de la respuesta a la propuesta, del enfrentamiento a la confrontación de alternativas y de la oposición al programa y todo ello mediante formas organizativas estables en el tiempo. La organización ciudadana ha de formularse basándose en un programa mínimo de consenso como palanca del cambio necesario y que pueda convencer e ilusionar a amplias capas sociales.
Y en este reto ciudadano organizado de proyecto alternativo, organizaciones como ATTAC Acordem y el Frente Ciudadano contra el Poder Financiero quieren colaborar con sus alternativas, enfocando los análisis, propuestas y las movilizaciones directamente a combatir al poder financiero, al causante de la crisis y del ataque a la democracia.
La izquierda que nunca ha movilizado a la ciudadanía contra el poder financiero, que nunca ha planteado social y pedagógicamente un proyecto de finanzas públicas, sociales y éticas, ha de comenzar a plantearlo y a luchar por él, a hacer partícipe de esta lucha a la ciudadanía. No es posible un Estado social sin una hacienda pública solvente, sin una fiscalidad suficiente, justa y re-distributiva, vendiendo al capital privado las empresas y el erario público, sin combatir la especulación financiera e inmobiliaria, sin controlar a la banca, sin promover una banca y servicios financieros públicos, alimentando la deuda ilegítima sin cuestionar cómo se ha generado y cargándola en las espaldas del pueblo.
El debate queda abierto, pero considero que ya no se pueden tener miramientos hacia la oligarquía, ni mucho menos colaborar o co-habitar con ella. La izquierda hoy para serlo ha de ser libre de ataduras. ¡ojo con la financiación! ¡ojo con la co-gestión financiera! El sistema fácilmente engulle a los contrincantes, si estos se dejan ¡claro!
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