Antonio Fuertes Esteban. ATTAC Acordem
Leyendo estos días las últimas columnas en el
País de un habitual comentarista económico catalán, se podría pensar que
ha resucitado el proyecto europeo, que aquellos panegiristas del fin del euro y
la implosión europea se toparon de bruces con la inexorabilidad de su proyecto
histórico. Hay quien asegura que la crisis ha despertado los instintos de
supervivencia colectiva al mismo tiempo que la tradición ilustrada nacida en
este, nuestro viejo continente. Y se atreven a vaticinar que entramos en una
nueva fase de construcción fiscal, bancaria, económica y política para Europa.
Aunque hay que ver qué tipo de unión fiscal, económica, bancaria y política:
¿Para los ciudadanos y con los ciudadanos, o contra los ciudadanos y sin ellos?
Uno, que además de altermundista siempre ha sido
un europeísta convencido aunque por supuesto no a toda costa, y que por otra
parte ha sufrido en sus carnes, como la mayoría de ciudadanos y ciudadanas de
este país, la entrada en el euro y las políticas provenientes de la Unión
Europea desde el Tratado de Maastricht hasta la actualidad; pide un poco de
distancia y reflexión ante pactos y soluciones intergubernamentales tan in
extremis.
Porque las circunstancias que han llevado a
nuestros gobernantes a la necesidad de tomar decisiones al borde del abismo
nunca habrían de haberse dado, más después de 29 cumbres consecutivas tratando
de buscar salidas a la crisis. Nunca, si la apuesta de construcción europea de
los gobiernos hubiera sido una Europa democrática, solidaria y social, pero no
fue así: Las sucesivas fases de la construcción europea han ido profundizando
en políticas antisociales e injustas, orientadas a entregar Europa a las
oligarquías económicas y financieras.
Habrá que recordar a los desmemoriados de la
historia reciente – no me extraña dada la volatilidad de los mercados, tanta
vorágine de cifras económicas diarias hace desmemoriado a cualquiera –
que los grandes líderes mundiales del G-20 y entre ellos los poderosos
líderes europeos, decidieron en la cumbre de abril de 2009 en Londres para
recuperar la confianza de los inversores y re-lanzar el crecimiento sostenido,
cuestiones que se veían necesarias y que hoy ya se evaporaron del escenario
político y mediático. Cuestiones tan imprescindibles y urgentes siempre, aunque
nunca en agenda política real, como controlar los mercados y las instituciones
financieras, comenzando por las diversas gamas de vehículos y fondos
especulativos y sin ningún control. O como la que llevó al primer ministro de
Gran Bretaña, Gordon Brown a declarar “Esto es el principio del fin de los
paraísos fiscales” siendo que en el documento final de la cumbre se declara “La
era del secreto bancario ha terminado” ¡qué gran cinismo!
El ejercicio de desmemoria colectiva nos impide
así mismo clarificar los estadios intermedios de una secuencia que alguien
habría de esclarecer y es aquella que va desde la explosión de la burbuja
inmobiliaria en el corazón del sistema que representa EE.UU y el crash
consecuente a la quiebra de Lehman Brothers como eje principal de la crisis
sistémica, hasta el señalamiento, acoso y derribo de los países sur-europeos
llamados PIGS. Países que son para la opinión pública nor-europea en estos
momentos los responsables de la crisis y que habrían de pagar por ello. Es, por
ejemplo, lo que le pide a Merkel su electorado.
Todo ello en un escenario europeo dirigido a
partir de noviembre de 2009 por las directivas provenientes de Bruselas,
marcadas por el tratado de Lisboa y establecidas por la Comisión. Porque en
2009 los 27 jefes de estado y de Gobierno de los 27 países de la UE fueran
socialistas o del grupo popular firmaron este tratado, dejando con ello bien
cerrado el proyecto oligárquico y por lo tanto antidemocrático de construcción
europea.
Por eso cuando los abanderados de la Unión
Europea a toda costa, omiten en sus columnas periodísticas la historia reciente
hay que recordarles que, nadando contra corriente en un caudaloso y accidentado
rio lo único que se consigue es tarde o temprano tener que dejar de bracear y
dejarse arrastrar por sus aguas. Nada cambiará sustancialmente si no se
cuestionan las bases sobre las que ha sido construida la Unión Europea, estas
bases son el rio que nos arrastra con o sin nuestra voluntad. Lo que los
políticos europeos habrían de cambiar son los fundamentos de la construcción
europea establecidos en los tratados y recogidos en el Tratado de Lisboa.
Y es que, hay que repetirlo de nuevo, el proyecto
que se pretende y se ha pretendido para Europa se basa fundamentalmente no en
la unión federada de los pueblos, sino en la competencia entre ellos. Este
principio está marcado en su Tratado supremo “la competencia libre y no
falseada” y es el primer principio y fundamental del sistema capitalista de
mercado, que en su fase actual fundamentalista y financiarizada y mediante la
prevalencia de la volatilidad económica-financiera destroza cualquier proyecto
de economía real, poniendo a la economía a trabajar en el único beneficio de
los inversores y no de los ciudadanos. De los tenedores de bonos y no de los
países. Y es la voz de los tenedores de bonos, o sea de los bancos alemanes la
que habla por boca de Merkel.
La deuda de los países europeos no tendría que
justificar políticas de austeridad. Las políticas de austeridad
preconizadas por los gobiernos después de la crisis no son más que una burda
trampa ligada a la deuda – como ya se hizo en Latinoamérica por ejemplo – para
poner a la ciudadanía europea de rodillas como medida previa a un nuevo paso de
tuerca en la construcción neoliberal de Europa.
Mucho me temo que, mediante la línea
intervencionista diseñada en la actual cumbre del 27 y 28 de junio en Bruselas,
se profundice en la unión fiscal entendida como contención del déficit y presupuestaria,
pero no como armonización justicia y redistribución fiscal. Que en la unión
política preconizada no se piense en profundizar en los instrumentos
democráticos y en dar más poder al parlamento elegido por los ciudadanos, sino
que se sienten bases para crear superpoderes bancarios, BCE, y políticos
¿presidencia europea? que implementen desde la autoridad y la gestión
jerárquica las políticas neoliberales ya establecidas por los tratados.
Una de las políticas más lesivas contra la
economía europea en la última década, que ha atado de manos a los gobiernos
ante la solución de la crisis, ha sido el acoso y derribo anterior de las
autoridades políticas a la banca pública, con el fin de
establecer como pauta financiera preferente europea la financiación a través de la
banca privada. Se comenzó con establecer en los tratados europeos que el Banco
Central Europeo fuera independiente de la autoridad política y con ello se puso
al BCE a trabajar para la banca privada europea y no para los ciudadanos y los
estados. Es claro que Europa ha de avanzar en una autoridad financiera de
carácter público y en una banca pública.
En este momento, cuando la “nave europea” lleva
años con vías de agua abiertas, el capitán del barco que debería ser la autoridad
política, no puede abrir la sala de máquinas para achicar el agua que se ha
introducido, poner combustible al motor y salvar el barco dirigiéndolo a buen
puerto. Y no puede hacerlo porque la autoridad política no tiene las llaves de
la sala de máquinas del barco europeo, las llaves están en manos privadas. Hay
que volver al capitán las llaves de la sala de máquinas, de los bancos.
Hay mucho que hacer también para establecer
pautas de supervisión bancaria efectiva. En ese sentido, si como los resultados
de la Cumbre de Bruselas parecen colegir, se pretende que haya un único
supervisor bancario, el BCE, este para hacer un ejercicio de responsabilidad,
tendría que pedir a las autoridades políticas europeas que dejen de favorecer y
combatan la existencia de 3 países de la UE de hecho paraísos fiscales
(Luxemburgo, segundo del mundo en el ranking de Tax Justice Network, Chipre y
Malta) así como de otros 7 paraísos fiscales enmarcados dentro del Espacio
Económico y Fiscal Europeo, que a su vez lo son ( Suiza, Liechtenstein,
Andorra, San Marino, Gibraltar, Mónaco, El estado del vaticano). O bien
combatir la existencia de territorios con fiscalidad preferencial como Bélgica,
Países Bajos, o Irlanda.
Y es que la supervisión bancaria para ser
efectiva ha de ser consolidada, pero consolidar esta supervisión es imposible
ante la dimensión alcanzada por la llamada banca en la sombra, que
tiene su base en las cuentas depositadas u operaciones realizadas desde
sucursales y filiales bancarias en dichos paraísos fiscales, de los que los
bancos se sirven para ocultar sus auténticos balances. Paraísos fiscales que
crean competencia y dumping fiscal en el Mundo, sirven para la evasión de
impuestos de las multinacionales, los grandes capitales móviles y para la
delincuencia fiscal. Al mismo tiempo que son la base fundamental desde donde
actúan los grandes fondos especuladores. No puede realizarse una unión
económica y política auténtica de la Unión Europea sin acabar con los paraísos
fiscales en su interior primero y en el Mundo después.
Hay que saludar la decisión de 9 países Europeos,
entre ellos Alemania, Francia y España, de establecer en 2013 en sus
territorios una suerte de ITF (Impuesto a las transacciones financieras) y de
llevarlo a cabo mediante la vía abierta de la cooperación reforzada, si bien
sería decepcionante si, como parece en principio, no sirviera para combatir la
especulación que está en el origen y mantenimiento de la crisis, sino que más
bien fuera un sistema para poner parches a la economía maltrecha, sirviendo
para enjuagar el déficit de los Estados, ante la necesaria obligación de
“armonización fiscal” europea.
Finalmente decir que las propuestas de
mutualización de la deuda mediante la emisión y control de eurobonos por el BCE
es un nuevo parche, necesario en este momento para caminar, pero parche. La
deuda ilegítima no habría de ser pagada, la auditoría para establecer cuál es
la auténtica deuda pública es necesaria, así como establecer procesos hacia una
fiscalidad justa y redistributiva y mecanismos para combatir el fraude fiscal,
ya que con estos supuestos la deuda no habría de haberse generado nunca.
Que no nos doren la píldora de la servidumbre. La
economía europea ha de ponerse al servicio de los pueblos y no de las finanzas.
Para ello el Tratado de Lisboa es el principal obstáculo.
Salvar a la banca o a la ciudadanía ¡He ahí la
cuestión!
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