jueves, 25 de febrero de 2010

Zapatero y los sindicatos


Josep Ramoneda . El País 25/02/2010


Poca gente en la calle, discursos moderados de los líderes sindicales. De momento, el primer aviso no es para que el Gobierno se asuste. Los sindicatos lo único que han hecho es reafirmar las líneas rojas que el Gobierno no puede cruzar. Pero saben que la derecha se las saltaría sin pudor. Y confían en que Zapatero, después del ataque de miedo que le provocaron los mercados, sepa estar con quienes están dispuestos a ayudarle en el control de la calle. Los sindicatos saben que si Zapatero pierde la carta de la paz social está amortizado. Ni la presencia de Nicolás Redondo en la calle, el hombre que agrietó el poder de Felipe González más que nadie; ni la mítica significación de las pensiones, la penúltima bandera que les queda a los sindicatos, principal motor de las huelgas generales en este país, son señales suficientes para que cunda el pánico. Redondo, que gastó sus últimas energías en acabar con su gran rival, hoy es sólo un cromo de la historia de la democracia. Y los recortes de pensiones están sólo en fase previa, queda mucho por discutir.

Hay muchas razones para que Zapatero arriesgue lo mínimo, por mucho que le aprieten la oposición y el dinero. Sin embargo, Zapatero se equivocaría si, con su optimismo, que ha pasado rápidamente de mágico a letal, creyera que el peligro de quiebra del clima de tranquilidad social está superado. Para no confundirse es suficiente que mire a Europa, donde las huelgas y las movilizaciones están creciendo a ritmo muy sostenido. Y de la misma forma que, como casi siempre, España entró algo más tarde que el resto de Europa en la crisis y saldrá también algo más tarde, no debería sorprender que los ecos de lo que ahora se mueve en Europa lleguen aquí tarde o temprano.

Entre los fantasmas monclovitas parece que está instalado el que recuerda a los habitantes del lugar que cada presidente tiene su huelga general. De momento, esta posibilidad parece disipada. En España, las huelgas generales requieren unas condiciones psicológicas peculiares: no basta con que el Gobierno se haya degradado, es necesario que exista en la calle cierto rencor contra el que gobierna. Lo hubo en las huelgas contra Felipe González, que culminaron la enorme frustración de la izquierda por el referéndum de la OTAN. Y lo hubo en las huelgas contra José María Aznar, cuando, en la segunda legislatura, dejó suelto al personaje autoritario y arrogante que llevaba dentro. Con Zapatero todavía no estamos en este punto. Pero puede llegar. Los ciclos de Zapatero han sido cortos. El momento epifánico se agotó con la retirada de las tropas de Irak, el apogeo nunca llegó muy alto, porque pronto cundió el desengaño por su afición a prometer y dar menos, aunque se sitúa en su reelección. Después, empieza un largo periodo crepuscular. Tan largo que, si la oposición no lo aprovecha, quizás el presidente pueda soñar en empalmar, contra toda lógica de los ciclos, con un nuevo amanecer.

Sin embargo, no deja de ser sorprendente que no salga de las generaciones jóvenes alguna forma de respuesta a su precaria situación. Nunca han estado tan preparados, nunca la búsqueda de empleo ha provocado tanta frustración. De momento, la inmensa mayoría busca y calla. ¿Tenemos que imputarlo al miedo de la crisis? ¿Debemos atribuirlo a la fragmentación individualista de la sociedad? ¿O se puede pensar que el paso de la libido a la pulsión, del goce a la repetición, que nos ha marcado el consumo, ha sido una perversa escuela que prepara para la frustración permanente?

Tengo la sensación de que tarde o temprano los jóvenes harán oír su voz. Que se quedaran callados, sería un fracaso de nuestra generación como padres. Una sociedad que no es capaz de generar su propia negatividad -como decía Levi Strauss- está condenada a la muerte, a la indiferencia, diría yo, para desdramatizar. Y nadie mejor que los jóvenes para dar los aguijones necesarios para que una sociedad no se detenga.

Evidentemente, no es en los sindicatos donde estos jóvenes se pueden sentir representados. No era ayer su día para salir a la calle. Y los sindicatos deberían reflexionar sobre ello. En momentos de crisis, se hacen quizás más evidentes las limitaciones sindicales. Su especialidad es defender los derechos de los trabajadores con empleo y mejorar sus condiciones laborales.


Pero a su lado hay dos colectivos con los que los sindicatos no saben muy bien qué hacer: los parados y los jóvenes en busca de primer empleo. Y éstos son los principales perdedores de la crisis. Es decir, los que deberían tener mayores urgencias para hacer oír su voz.

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