La actual democracia representativa que alumbró la modernidad y es un legado fundamental del liberalismo político ha tocado fondo. Podríamos decir que el sistema democrático-liberal entró hace tiempo en fallida. Son diversas las vías de escape que se han abierto en la nave democrática, que evidentemente hace aguas pero podríamos resumirlas en una vulneración continua y acentuada de sus dos grandes principios y pilares: la soberanía popular y el imperio de la ley. La soberanía popular, porque gobiernan en la práctica poderes y capitales globales ante los que los representantes electos o son conformes o han de rendir cuentas, y el imperio de la ley porque la opacidad e impunidad en la que los poderes económicos ocultan y asientan sus intereses delictivos, corruptos o fraudulentos, tiene más que ver con el far west que con la justicia. Esta democracia, que se viene sosteniendo sobre la satisfacción de amplias capas medias ha acabado perdiendo definitivamente el rumbo con la crisis que ya dura 10 años.

Ya en mejores tiempos para la democracia en Europa, Guy Debord y el movimiento situacionista argumentaron sobre lo que denominaron “sociedad del espectáculo” en la que la representación se muestra como algo más real que la experiencia vivida y somete al individuo a la condición de espectador y a aceptar pasivamente el estado de cosas existente; en concreto también en lo que afecta a la mascarada de las categorías políticas representativas, mascarada que hoy ha roto las costuras de lo obsceno. La foto fija en 2019 representa la desolación de los demócratas y el triunfo de la barbarie política sistémica. Los gobiernos prometiendo humo en cubierta, mientras las bodegas de la nave democrática rebosan de desigualdad y corrupción. Y cuando alguien trata de elaborar utopías sociales carece de proyecto y de credibilidad, cuando no de la unidad necesaria para encararlas. Ante la dispersión de las izquierdas, apenas se vislumbra un proyecto hoy con la radicalidad y el consenso necesarios para alimentar la esperanza.

El secuestro de la soberanía popular y la burla al imperio de la ley por oligarquías económicas globales han provocado, más allá de la desafección democrática, una falta de credibilidad hacia las actuales instituciones y paralelamente un repliegue cívico hacia posiciones políticas más conservadoras, que priman un concepto de seguridad más basado en proteger de las inseguridades y miedos individuales, que en proveer derechos y justicia social. Y es este desplazamiento ciudadano hacia posiciones políticas conservadoras el que asegura la continuidad de la injusticia social y las desigualdades, cuando no anuncia escenarios de catástrofe.

Malos presagios para las fuerzas de progreso e izquierda en el mundo. No voy a ser complaciente, no toca serlo, nos jugamos mucho: los llamados pueblos votan derechas conservadoras. Ante este escenario hay que gritar: ¿Hay alguien de izquierda solvente por ahí ahora que las elecciones europeas llegan, con todo lo que nos jugamos en estas? ¿Qué proyecto tiene la izquierda en Europa para confrontar con el neoliberalismo existente y el auge de la extrema derecha? ¿Quizá es tarde y con tanta penetración neoliberal en la gestión política, las izquierdas gubernamentales se olvidaron de la ideología? ¿Es tiempo de recobrarla? Y, si es difícil embridar al capital en el ejercicio de gobierno ¿ha llegado la hora de que la ciudadanía se organice? ¿Cómo?

Hace poco decía Noam Chomsky que “La gente ha dejado de creer en los hechos” y ello es muy peligroso porque cada vez nos están sometiendo más al arbitrio de las fake news y la posverdad, sustituimos los hechos por los mensajes que deseamos creer por gratificantes. Perdida la realidad como escenario desde donde diagnosticar, asentar y construir futuro, los medios del proyecto globalizado gobiernan nuestros miedos, deseos y sueños a la medida de cada uno. Ya no hay utopías colectivas y las ideologías se diluyen en los cubículos de hábitats metropolitanos desconectados de la naturaleza y las periferias.

Si los estados se han convertido en categorías zombis con cuerpo social orgánico, pero desprovistos de la capacidad y del impulso vital para autogobernarse, títeres como son de los poderes globales; la pregunta obvia es: ¿Podrán las sociedades autodeterminarse?

marzo de 2019