martes, 8 de octubre de 2019

Necesitamos sindicatos, pero no estos



Fallo de sistema (VII)



Este año 2019 se han cumplido 100 del establecimiento legislativo, por primera vez, de la semana laboral de 40 horas, tras cerca de dos meses de huelga y brutal represión de los trabajadores de la compañía eléctrica Riegos y Fuerzas del Ebro, de la empresa La Canadiense. Transcurrido un siglo, aún hay sectores y empresas con interminables jornadas laborales.

Durante décadas, las élites económica y política de la democracia liberal asumieron, a golpe de huelgas y revueltas obreras, que una clase trabajadora digna luchaba por sus derechos y merecía un respeto. Fue la cuestión social, desde los albores de la industrialización, la que imprimió con épica emancipadora el relato de la lucha o confrontación de clases, relato que se materializó en las luchas obreras de los siglos XIX y XX.

Desde entonces los factores que han removido los cimientos de la realidad social y laboral han sido innumerables, y haré especial mención a algunos que han llevado al movimiento obrero y la acción sindical al estado servil en el que se encuentran.

Un aspecto crucial ha sido la acumulación de poder de las élites económicas vía acumulación de la propiedad, dado el escaso interés de los poderes políticos para limitarla, nulo desde hace décadas. El mayor bien del que han dispuesto en exclusividad ha sido la apropiación y patrimonialización de los avances científico-tecnológicos de la humanidad. El uso exclusivo de la clase privilegiada de estos avances ha supuesto la absoluta dependencia de la sociedad en pleno de su tutela y liderazgo.

No obstante, esta tutela ha permitido durante décadas, que las sociedades funcionaran prácticamente como un todo vivencial, que aquello de la cohesión social hiciera languidecer la lucha de clases bajo la importante pérdida de identidad como clase de amplios sectores de la clase trabajadora. El llamado estado de bienestar, construido sobre el pacto social de posguerra, consiguió que una parte privilegiada de la clase trabajadora pasara a ser considerada clase media en una sociedad en que la riqueza que acumulaba la élite económica, desbordaba su recipiente patrimonial vía redistribución.

En esta ilusión de “capitalismo de rostro humano” de “fin de la historia y de los relatos emancipadores” nos mecieron los “clarines” patrios, justo hasta el momento en que el sistema que hizo posible los llamados “30 años gloriosos” hizo techo vía pérdida de tasa de ganancia de las empresas. Entonces reapareció el liberalismo económico depredador, bajo el neoliberalismo el poder económico rompió unilateralmente el pacto social y amaestró a buena parte de la “clase política” logrando incluso que la socialdemocracia se tornase social-liberal a través de las llamadas “terceras vías políticas”. Felipe González, Toni Blair o Gerhard Schroeder recondujeron las sociedades hacia la servidumbre voluntaria.

Aunque también hubo terceras vías que permearon los sindicatos y los burocratizaron, haciéndolos serviles y proclives a la concertación con unos poderes políticos y empresariales que hace décadas humillan a trabajadores y trabajadoras. Sindicatos que se han escorado hacia las prácticas de gestión del sistema a través de la gestión planes de pensiones de capitalización, de ERES, de formación ocupacional, etc. De seguir como ahora, los grandes sindicatos serán lo que Ulrich Beck llama categorías zombis, en lo que respecta a su función original como instrumentos de emancipación de la clase o las clases trabajadoras.

Hoy los sindicatos se han transformado sustancialmente, no son los mismos que los sindicatos que lideraron las luchas obreras que consiguieron los derechos que nos asisten. Habrían de ejercer una práctica de lucha sindical combativa, de confrontación con el actual sistema depredador de las formas de vida y relación en el planeta. Una de las movilizaciones más urgentes, ante el problema de paro y precarización del empleo, es que los sindicatos asuman realmente su centralidad en la lucha por la emancipación de las personas trabajadoras. En este sentido es necesario recuperar el espíritu de los trabajadores y trabajadoras de La Canadiense, impulsando la lucha sindical y social por la disminución significativa de la jornada laboral, para lograr pleno empleo ante los retos del trabajo globalizado y del avance tecnológico-cibernético-robótico.