jueves, 31 de enero de 2013

¡No nos lo creemos!



¡Emancipación! gritaron los revolucionarios franceses y americanos a finales del S.XVIII, ¡Enriquecimiento! contestaron desde los intereses plutócratas contrainsurgentes, y dominaron las instituciones republicanas mediante su sufragio censitario y el poder del dinero. 

Decía Albert Camus que aclarar la visión de los hechos luctuosos, saber cuales son los factores que han influido en su desarrollo, es indispensable para enfrentarse a la desesperanza. Si solo miramos hoy las fotos fijas de donde estamos; corrupción, especulación, pérdida democrática, enriquecimiento de pocos y empobrecimiento de muchos...etc; nunca podremos valorar porqué estamos aquí y elaborar los instrumentos precisos para el cambio.Habríamos de poder llegar a la comprensión profunda de los mecanismos que nos han llevado a esto.

El acceso de ciudadanos, compañeros de "trinchera" en la lucha anti-franquista, al recién constituido "poder democrático", fue visto por muchos en la izquierda como la condición fundamental de la emancipación democrática, de la igualdad de los ciudadanos y ciudadanas, ante las oportunidades, la igualdad de género, ante la ley. Estos compañeros se incorporaron a las filas de la política partidista, pletóricos y entusiasmados. No comprendían que otros no tuviéramos el mismo entusiasmo por la función política representativa y nos quedáramos haciendo política desde las asociaciones y bases ciudadanas. Nos invitaban a incorporarnos a cambiar el sistema capitalista desde dentro, luego el sistema acabó engulliéndolos a ellos. 

Y es que los pactos de la Transición Española, dejaron bien definido el campo de juego y los aspectos sociales, económicos y políticos que iban a estar sujetos al arbitrio de los de siempre, de la oligarquía. La izquierda se tragó el caramelo dorado de la democracia, pero pronto se pudo ver como la democracia que se iba construyendo desde las instituciones, dejaba al margen la ideología equiparadora y liberadora republicana y en su lugar se iban asentando las esencias y valores que nos han llevado a donde estamos.

Porque, como muy bien decía un gran maestro del cine, literato, comunista y homosexual, Pier Paolo Pasolini, tristemente asesinado en la playa de Ostia, "la burguesía, aparte de una clase es una enfermedad contagiosa" y tanto que lo fue. Durante los primeros años de la transición algunos aún criticaron la deriva pequeño burguesa de las políticas de la izquierda en las instituciones, pero pronto este sentimiento se diluyó con la desaparición de la izquierda ideológica, suplantada por la "izquierda" gestora. Al mismo tiempo sucedió lo inevitable; el aburguesamiento de una parte de la clase trabajadora, en consonancia con la subida al poder negociador de una suerte de "aristocracia obrera" en las élites y bases sindicales. 

Y la democracia se construyó sin ideología republicana de izquierdas, entendiendo muchos el bienestar como enriquecimiento y capacidad adquisitiva y de consumo. Durante décadas las luchas sindicales fueron fundamentalmente economicistas, más que de consolidación de la ideología radical y del Estado social y sobre todo sin apenas apelar a la participación ciudadana en los asuntos públicos, más allá eso sí, de la participación electoral o la movilización por convenios solventes. En política la venta del patrimonio, el pan para hoy y hambre para mañana fue el paisaje común tanto de derecha, como de izquierda. El pelotazo fue un instrumento frecuente de los triunfadores en política y así seguimos. 

Si algo podemos hacer ahora es situar el problema político fundamental y es que los ciudadanos y ciudadanas hemos de desprogramarnos de muchos prejuicios y discursos aprendidos estos años, que las élites económicas y políticas nos han ido inoculando a través de los medios. Es este hoy un régimen capitalista abrumador, adiestrador, humillador, culpabilizador, castrador. Nos han conducido a reproducir, e incluso estimar, los valores propios del opresor, hemos caído en su red, los valores sociales no pueden ser la competencia, el individualismo posesivo y el consumo. 

¡Ay! ¿Donde escondió la izquierda sus más preciados tesoros? los valores republicanos; Igualdad, Libertad Fraternidad, a los que hoy hay que añadir otro: amor al planeta que nos da vida. 

Esta tarde he asistido a la presentación del libro "No nos lo creemos, una lectura crítica del lenguaje neoliberal". Quizá este libro de la compañera Clara Valverde, editado por Icaria en su colección de bolsillo "A saco" nos muestre algunas pistas que nos ayuden a desenmascarar la impostura y sus simbolos, su lenguaje. Quizá nos ayude a comprender cómo hemos ido asumiendo los valores neoliberales y hoy los reproducimos. Pues ¡a desprogramarse! re-construyamos los auténticos valores democráticos entre todas y todos. No, ¡no nos lo creemos!