sábado, 30 de junio de 2012

El gran teatro europeo: Políticos dorándonos la píldora de la servidumbre



Antonio Fuertes Esteban. ATTAC Acordem



Leyendo estos días las últimas columnas en el País de un habitual comentarista económico catalán, se  podría pensar que ha resucitado el proyecto europeo, que aquellos panegiristas del fin del euro y la implosión europea se toparon de bruces con la inexorabilidad de su proyecto histórico. Hay quien asegura que la crisis ha despertado los instintos de supervivencia colectiva al mismo tiempo que la tradición ilustrada nacida en este, nuestro viejo continente. Y se atreven a vaticinar que entramos en una nueva fase de construcción fiscal, bancaria, económica y política para Europa. Aunque hay que ver qué tipo de unión fiscal, económica, bancaria y política: ¿Para los ciudadanos y con los ciudadanos, o contra los ciudadanos y sin ellos?

Uno, que además de altermundista siempre ha sido un europeísta convencido aunque por supuesto no a toda costa, y que por otra parte ha sufrido en sus carnes, como la mayoría de ciudadanos y ciudadanas de este país, la entrada en el euro y las políticas provenientes de la Unión Europea desde el Tratado de Maastricht hasta la actualidad; pide un poco de distancia y reflexión ante pactos y soluciones intergubernamentales tan in extremis.

Porque las circunstancias que han llevado a nuestros gobernantes a la necesidad de tomar decisiones al borde del abismo nunca habrían de haberse dado, más después de 29 cumbres consecutivas tratando de buscar salidas a la crisis. Nunca, si la apuesta de construcción europea de los gobiernos hubiera sido una Europa democrática, solidaria y social, pero no fue así: Las sucesivas fases de la construcción europea han ido profundizando en políticas antisociales e injustas, orientadas a entregar Europa a las oligarquías económicas y financieras.

Habrá que recordar a los desmemoriados de la historia reciente – no me extraña dada la volatilidad de los mercados, tanta vorágine de cifras económicas diarias hace desmemoriado a cualquiera –  que los grandes líderes mundiales del G-20 y entre ellos los poderosos líderes europeos, decidieron en la cumbre de abril de 2009 en Londres para recuperar la confianza de los inversores y re-lanzar el crecimiento sostenido, cuestiones que se veían necesarias y que hoy ya se evaporaron del escenario político y mediático. Cuestiones tan imprescindibles y urgentes siempre, aunque nunca en agenda política real, como controlar los mercados y las instituciones financieras, comenzando por las diversas gamas de vehículos y fondos especulativos y sin ningún control. O como la que llevó al primer ministro de Gran Bretaña, Gordon Brown a declarar “Esto es el principio del fin de los paraísos fiscales” siendo que en el documento final de la cumbre se declara “La era del secreto bancario ha terminado” ¡qué gran cinismo!

El ejercicio de desmemoria colectiva nos impide así mismo clarificar los estadios intermedios de una secuencia que alguien habría de esclarecer y es aquella que va desde la explosión de la burbuja inmobiliaria en el corazón del sistema que representa EE.UU y el crash consecuente a la quiebra de Lehman Brothers como eje principal de la crisis sistémica, hasta el señalamiento, acoso y derribo de los países sur-europeos llamados PIGS. Países que son para la opinión pública nor-europea en estos momentos los responsables de la crisis y que habrían de pagar por ello. Es, por ejemplo, lo que le pide a Merkel su electorado.

Todo ello en un escenario europeo dirigido a partir de noviembre de 2009 por las directivas provenientes de Bruselas, marcadas por el tratado de Lisboa y establecidas por la Comisión. Porque en 2009 los 27 jefes de estado y de Gobierno de los 27 países de la UE fueran socialistas o del grupo popular firmaron este tratado, dejando con ello bien cerrado el proyecto oligárquico y por lo tanto antidemocrático de construcción europea.

Por eso cuando los abanderados de la Unión Europea a toda costa, omiten en sus columnas periodísticas la historia reciente hay que recordarles que, nadando contra corriente en un caudaloso y accidentado rio lo único que se consigue es tarde o temprano tener que dejar de bracear y dejarse arrastrar por sus aguas. Nada cambiará sustancialmente si no se cuestionan las bases sobre las que ha sido construida la Unión Europea, estas bases son el rio que nos arrastra con o sin nuestra voluntad. Lo que los políticos europeos habrían de cambiar son los fundamentos de la construcción europea establecidos en los tratados y recogidos en el Tratado de Lisboa.

Y es que, hay que repetirlo de nuevo, el proyecto que se pretende y se ha pretendido para Europa se basa fundamentalmente no en la unión federada de los pueblos, sino en la competencia entre ellos. Este principio está marcado en su Tratado supremo “la competencia libre y no falseada” y es el primer principio y fundamental del sistema capitalista de mercado, que en su fase actual fundamentalista y financiarizada y mediante la prevalencia de la volatilidad económica-financiera destroza cualquier proyecto de economía real, poniendo a la economía a trabajar en el único beneficio de los inversores y no de los ciudadanos. De los tenedores de bonos y no de los países. Y es la voz de los tenedores de bonos, o sea de los bancos alemanes la que habla por boca de Merkel.

La deuda de los países europeos no tendría que justificar  políticas de austeridad. Las políticas de austeridad preconizadas por los gobiernos después de la crisis no son más que una burda trampa ligada a la deuda – como ya se hizo en Latinoamérica por ejemplo – para poner a la ciudadanía europea de rodillas como medida previa a un nuevo paso de tuerca en la construcción neoliberal de Europa.

Mucho me temo que, mediante la línea intervencionista diseñada en la actual cumbre del 27 y 28 de junio en Bruselas, se profundice en la unión fiscal entendida como contención del déficit y presupuestaria, pero no como armonización justicia y redistribución fiscal. Que en la unión política preconizada no se piense en profundizar en los instrumentos democráticos y en dar más poder al parlamento elegido por los ciudadanos, sino que se sienten bases para crear superpoderes bancarios, BCE,  y políticos ¿presidencia europea? que implementen desde la autoridad y la gestión jerárquica las políticas neoliberales ya establecidas por los tratados.

Una de las políticas más lesivas contra la economía europea en la última década, que ha atado de manos a los gobiernos ante la solución de la crisis, ha sido el acoso y derribo anterior de las autoridades políticas a la banca pública, con el fin de establecer como pauta financiera preferente europea la financiación a través de la banca privada. Se comenzó con establecer en los tratados europeos que el Banco Central Europeo fuera independiente de la autoridad política y con ello se puso al BCE a trabajar para la banca privada europea y no para los ciudadanos y los estados. Es claro que Europa ha de avanzar en una autoridad financiera de carácter público y en una banca pública.

En este momento, cuando la “nave europea” lleva años con vías de agua abiertas, el capitán del barco que debería ser la autoridad política, no puede abrir la sala de máquinas para achicar el agua que se ha introducido, poner combustible al motor y salvar el barco dirigiéndolo a buen puerto. Y no puede hacerlo porque la autoridad política no tiene las llaves de la sala de máquinas del barco europeo, las llaves están en manos privadas. Hay que volver al capitán las llaves de la sala de máquinas, de los bancos.

Hay mucho que hacer también para establecer pautas de supervisión bancaria efectiva. En ese sentido, si como los resultados de la Cumbre de Bruselas parecen colegir, se pretende que haya un único supervisor bancario, el BCE, este para hacer un ejercicio de responsabilidad, tendría que pedir a las autoridades políticas europeas que dejen de favorecer y combatan la existencia de 3 países de la UE de hecho paraísos fiscales (Luxemburgo, segundo del mundo en el ranking de Tax Justice Network, Chipre y Malta) así como de otros 7 paraísos fiscales enmarcados dentro del Espacio Económico y Fiscal Europeo, que a su vez lo son ( Suiza, Liechtenstein, Andorra, San Marino, Gibraltar, Mónaco, El estado del vaticano). O bien combatir la existencia de territorios con fiscalidad preferencial como Bélgica, Países Bajos, o Irlanda.

Y es que la supervisión bancaria para ser efectiva ha de ser consolidada, pero consolidar esta supervisión es imposible ante la dimensión alcanzada por la llamada banca en la sombra, que tiene su base en las cuentas depositadas u operaciones realizadas desde sucursales y filiales bancarias en dichos paraísos fiscales, de los que los bancos se sirven para ocultar sus auténticos balances. Paraísos fiscales que crean competencia y dumping fiscal en el Mundo, sirven para la evasión de impuestos de las multinacionales, los grandes capitales móviles y para la delincuencia fiscal. Al mismo tiempo que son la base fundamental desde donde actúan los grandes fondos especuladores. No puede realizarse una unión económica y política auténtica de la Unión Europea sin acabar con los paraísos fiscales en su interior primero y en el Mundo después.

Hay que saludar la decisión de 9 países Europeos, entre ellos Alemania, Francia y España, de establecer en 2013 en sus territorios una suerte de ITF (Impuesto a las transacciones financieras) y de llevarlo a cabo mediante la vía abierta de la cooperación reforzada, si bien sería decepcionante si, como parece en principio, no sirviera para combatir la especulación que está en el origen y mantenimiento de la crisis, sino que más bien fuera un sistema para poner parches a la economía maltrecha, sirviendo para enjuagar el déficit de los Estados, ante la necesaria obligación de “armonización fiscal” europea.

Finalmente decir que las propuestas de mutualización de la deuda mediante la emisión y control de eurobonos por el BCE es un nuevo parche, necesario en este momento para caminar, pero parche. La deuda ilegítima no habría de ser pagada, la auditoría para establecer cuál es la auténtica deuda pública es necesaria, así como establecer procesos hacia una fiscalidad justa y redistributiva y mecanismos para combatir el fraude fiscal, ya que con estos supuestos la deuda no habría de haberse generado nunca.

Que no nos doren la píldora de la servidumbre. La economía europea ha de ponerse al servicio de los pueblos y no de las finanzas. Para ello el Tratado de Lisboa es el principal obstáculo.

Salvar a la banca o a la ciudadanía ¡He ahí la cuestión!

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