domingo, 3 de octubre de 2010

El fantasma perdido



Jordi Borja
. Urbanista
El Periódico

Silvio Berlusconi y José María Aznar todavía buscan a los comunistas, pero tienen poco crédito. El terrorismo en nuestros lares se fue de vacaciones. Las guerras de los narcos y las guerrillas son espectáculos latinoamericanos que contemplamos de lejos. ¿Dónde encontrar un fantasma casero que justifique nuestros miedos? Podría ser el capitalismo financiero, causa de nuestros males actuales, pero ¿cómo nos van a asustar si los contribuyentes, por medio del Estado, les reponemos con intereses lo que han despilfarrado con sus especulaciones y sus cuantiosos dividendos?

Las autoridades y los medios de comunicación han encontrado el fantasma europeo que nos amenaza: los antisistema. Se trata de jóvenes airados, gente peligrosa que atenta contra el orden establecido, que se apropia y maltrata el espacio público, que ataca a los funcionarios públicos y que no respeta la propiedad privada. Y, además, esos jóvenes tienen ideas, pues, como decía un informe policial que pude leer hace algunos años, «los okupas más peligrosos son los que tienen ideología».

Los incidentes recientes han polarizado la atención de las autoridades y de los titulares de los medios. Podrían haberse interesado más por el éxito, superior al esperable, de la huelga, debatir sobre las causas del malestar de los ciudadanos o analizar la perversidad de los denominados eufemísticamente mercados. Pero prefieren como protagonistas negativos los jóvenes antisistema.

No todos. Leo titulares del diario Le Monde del jueves y del viernes, como El enemigo interior es un cálculo político que disuelve la república y Acabemos con la imputación de los problemas a los extranjeros, y una página entera encabezada así: Los jóvenes en la crisis, una generación sacrificada.

Recuerdos del 68

Me piden que escriba de los antisistema, de dónde vienen, de por qué eligen Barcelona, de si había un arsenal de armas... Estuve un rato en el edificio del Banesto okupado, y vi debates asamblearios en los que se exponían y analizaban ideas y propuestas tranquilamente. La gran mayoría de los participantes eran jóvenes locales con un perfil más universitario que del lumpen; el ambiente recordaba el mayo del 68 en la Sorbona. Ni armas, ni cócteles molotov, que, por cierto, tampoco aparecieron después.

La policía comunicó que la mayoría de los detenidos eran extranjeros «procedentes de países no europeos». Es posible que esos ciudadanos llevaran la culpabilidad escrita en el color de la piel. Barcelona atrae a muchos jóvenes, especialmente europeos, por lo que es lógico que los hubiera también en la plaza de Catalunya .

Eran escasos los personajes de los cuales se pudiera sospechar que integraban grupos violentos como los Blacks, muy minoritarios, que más tarde aparecieron en la manifestación. Esta protesta era, inicialmente, pacífica, y reunía a algunos miles de personas. De manera absurda, los agentes de policía bloquearon todas las calles por las que podían circular los manifestantes, y, sin pretenderlo, hicieron el juego a los grupos marginales, los cuales aprovecharon la tensión existente para expresarse rápidamente con una violencia gratuita y rechazable, armados con elementos del mobiliario urbano.

Los policías y los grupos violentos acreditaron y extendieron de esta forma la falsa y peligrosa idea de que los movimientos autónomos, los antisistema, son, en su conjunto, violentos. Esta amalgama sirvió de coartada para desalojar el antiguo Banesto.

Hay muchas más razones, hoy en día, para ser antisistema que prosistema. La mayor parte de estos jóvenes, más que una amenaza, son una esperanza. Las reacciones suscitadas por su emergencia me recuerdan a los burgueses protagonistas de La educación sentimental, y al mismo Flaubert que, en 1848, ven desfilar por vez primera a una gente oscura y extraña que les parece amenazadora: eran obreros que reclamaban trabajo, a los que nunca habían querido ver. No nos engañemos, los jóvenes antisistema nos retornan a cuando el pasado aún tenía futuro.